Bienvenidos a este rincón donde compartir pequeñas historias.

lunes, 22 de diciembre de 2014

LA ALDEA DE LOS NIÑOS



El viajero levantó un pie lentamente y dio el siguiente paso de forma vacilante. Llevaba caminando muchos días, había perdido la cuenta de cuando fue la última vez que le habían dado cobijo en una caravana. Hacía semanas que en su camino no se cruzaba con nadie, ni viajeros, ni comerciantes, ni una sola alma era capaz de vagar por aquellos bosques de árboles enormes y tupidos.

En su largo camino, emprendido hacía algunos años, era la primera vez que Nicolás se encontraba en un lugar tan inhóspito y deshabitado. Si no fuera por el agotamiento que le minaba su musculoso y, aun fuerte cuerpo, no se sentiría tan agobiado; al fin y al cabo, eso era lo que siempre había querido. Siendo niño había escuchado en la plaza de su aldea a un monje que parecía hipnotizar contando historias sagradas. Desde entonces su meta fue caminar y visitar lugares lejanos llevando las palabras de aquel ser humano y divino que dio su vida por amor al prójimo, tal y como narraba aquel predicador de quien ya había olvidado hasta el nombre, pero no sus ojos penetrantes que parecían arrojar ascuas cuando relataba alguno de los muchos episodios en los que había participado Jesús. Ese mensaje de esperanza, de generosidad, de amor y de caridad debía llegar a todos los rincones del mundo por inaccesibles que estuvieran.

Nicolás nunca se había sentido así, notaba que las fuerzas le abandonaban por momentos y el sudor empapaba su cuerpo a pesar que un viento frío y cortante penetraba por sus agujereadas y pasadas ropas. Un pie tras otro, paso a paso. Solo su férrea voluntad le guiaba, cada yarda recorrida le costaba la vida.

Decidió parar un momento y sentarse para comer el último mendrugo de pan y el trozo de queso seco que le quedaba. No tenía duda que parte de su malestar era debido a la falta de alimento. Si no encontraba pronto alguna aldea para abastecerse, moriría de inanición.

Comenzó a comer con avidez, pero notaba que apenas tenía fuerzas para masticar los duros alimentos. El sudor se le congeló en el cuerpo y comenzó a tiritar con violencia. La manta que se envolvió, de puro raída y vieja, era insuficiente para mitigar su frío; era mejor que siguiese caminando. Cuando trató de levantarse sus piernas no le respondieron, sus oídos comenzaron a zumbar y los ojos se le nublaron. Su último recuerdo fue ver como la tierra se le acercaba a gran velocidad. El cuerpo de Nicolás cayó al suelo desvanecido.

Lo que no había percibido el hombre es que tras unos cercanos matorrales unos ojos curiosos le habían estado vigilando. El pesado cuerpo de Nicolás cayó y dos niños abandonaron su escondite y se acercaron, al principio con miedo y sigilo. Cuando comprobaron que no se movía, los dos pequeños salieron corriendo para alertar al resto de los habitantes de una aldea cercana.

Cuando comenzó a sentir ruidos no era consciente de donde estaba ni de cuanto tiempo había estado sin conocimiento. Lentamente abrió los ojos y vio con sorpresa que un grupo de niños le rodeaban. Unos, los más mayores, le miraban con recelo; sus ojos un poco rasgados reflejaban una honda tristeza. Otros, los medianos, le observaban con cierta curiosidad y en sus ojos aún quedaba un poso de cierta alegría infantil. Los más pequeños le sonreían abiertamente e intentaban tocarle la cara, mientras los mayores se lo impedían. Nicolás, a pesar de notar cierta mejoría y un calor muy agradable, aún se sentía muy débil y pronto se volvió a sumir en un sueño agradable.

Aún pasaron varios días hasta que los estados de consciencia superaron al sopor de la enfermedad. Durante ese tiempo vio como aquellos niños le atendían en todas sus necesidades. Le daban la comida, la bebida, atendían el fuego de aquella extraña vivienda circular donde le habían alojado, cuyas paredes eran de pieles de animales. Nunca le dejaban solo, incluso cuando subía la fiebre le ponían trapos humedecidos en agua helada para evitar que siguiera subiendo. Además, cada cierto tiempo le hacían tomar un brebaje infernal de un sabor amargo como la hiel, pero que no dudaba que había contribuido a su curación.

Según iba recuperando la salud iba siendo consciente de más cosas. En aquel lugar no había ni un solo adulto, sus únicos habitantes eran niños, de distintas edades, pero solo niños. Menores que rondaban entre los dieciséis y los cuatro años. Poco a poco Nicolás fue saliendo a dar paseos por la aldea comprobando que aquellos niños sobrevivían solos. Los mayores salían a buscar los alimentos, recolectaban y cuidaban de sus huertos y sus animales, perros y una especie extraña de ciervos con una abundante cornamenta, todo esto a la vez que cuidaban de los más pequeños.

El hombre intentó hablar con ellos en las distintas lenguas que conocía debido a sus viajes, pero era inútil. El lenguaje de aquellos niños era totalmente incomprensible y ellos tampoco le entendían; la única forma de comunicarse era a través de los signos.

Nicolás pronto comprendió que la vivienda que ocupaba era de uno de ellos. Un niño callado de unos diez años que le seguía a todas partes, que él creyó entender que se llamaba Onni. Este niño tenía un don especial para el dibujo y así fue como Nicolás se enteró de lo que les había pasado. Los dibujos que realizaba Onni en la tierra húmeda le contaron la historia de aquellos pequeños.

Hacía aproximadamente unos dos inviernos una maligna enfermedad había provocado una brutal mortandad. Todos los adultos habían muerto directamente por aquel mal o debido a las secuelas que dejó. Muchos niños habían muerto también;  de hecho, Onni a parte de a sus padres, también perdió a sus dos hermanos mayores y a su hermana pequeña. Todos los que habían superado el mal y el contagio, sobre todo los de más edad, habían tenido que aprender a sobrevivir y a cuidar del resto. Todos se ayudaban mutuamente de la forma que podían y sabían. Al fin y al cabo todos habían perdido a sus seres más queridos y se habían convertido en una gran familia de huérfanos.

Nicolás, quien comenzó a olvidar su nombre, ya que los niños eran incapaces de pronunciarlo y le llamaban Claus, vio que el invierno se les echaría encima de un momento a otro. Él era originario del noreste de Francia, una región que no se prodigaba por sus temperaturas cálidas, por eso el frío no le asustaba. Pero lo que le hacía sospechar que en aquellas tierras remotas el clima sería más brutal era la gruesa piel de aquellos ciervos y el largo y espeso pelaje de los perros. Lo que no podía ni imaginar es que iba a vivir el largo y mágico invierno del Círculo Polar Ártico.

Nicolás, o como le llamaban los pequeños, Claus, comenzó a diseñar otro tipo de viviendas, cabañas de sólidos troncos de árboles con chimeneas grandes que esparciesen el calor por toda la estancia. Construyeron un almacén grande donde hicieron acopio de una gran cantidad de leña para mantenerla seca. Y así Claus vivió su primer invierno boreal, rodeado del cariño de aquellos niños que sin conocerle, le habían dado todo lo que tenían y le habían salvado la vida.

Se acercaba el día de Navidad, el día del nacimiento de Jesucristo. En sus muchos viajes se había tropezado con gentes de todo tipo, buenas, malas y regulares, pero solo en aquel lugar recóndito había encontrado la verdadera esencia de las palabras del hijo de Dios. Aquellos niños que nunca habían escuchado las oraciones divinas, le habían enseñado más que cualquier predicador. Ellos mejor que nadie sabían lo que era la caridad y el amor al prójimo, y se lo demostraban cada día, con sus actos, sin necesidad de que fuera un día concreto del año.

Claus era muy hábil trabajando la madera y aquella noche la pasó en vela fabricando pequeños juguetes. Su imaginación iba por delante de su tiempo y hacía pequeñas miniaturas de objetos que aún estaban por inventar.

A la mañana siguiente cada niño tenía un pequeño juguete junto a su cabeza. La alegría desbordó la aldea. Los pequeños habían recibido un regalo inesperado, algo a lo que no estaban acostumbrados.

Claus se hizo una promesa. Sus días de predicador habían terminado, jamás abandonaría a esos pequeños. Esos niños volverían a escuchar historias, volverían a tener alguien que les arropara por la noche, les curase cuando estuvieran enfermos y nunca les faltaría un regalo en Navidad. En definitiva, volverían a recuperar esa infancia que el cruel destino les había arrebatado.

***********

Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de la gran casa de madera de mis abuelos paternos. Era Nochebuena y la tradición familiar era muy estricta. Las dos familias, tanto la de mi padre como la de mi madre nos reuníamos en aquella fiesta, cenábamos todos juntos y a la mañana siguiente se abrían los regalos. Nosotros habíamos llegado los primeros y mientras mamá preparaba a mis hermanas pequeñas y las abuelas daban los últimos toques a la cena, los abuelos terminaban de adornar el enorme salón. Eran ellos los encargados de decorarlo y teníamos totalmente prohibido pasar hasta que no llegase el último de mis tíos, por eso papá y yo esperábamos impacientes en la biblioteca. Cada año la decoración cambiaba, y cada año la destreza de los abuelos nos sorprendía más.



Mientras papá fingía leer un libro yo contemplaba una figura que reposaba en la repisa de la chimenea. Era una curiosa figurita de madera que se asemejaba a un tren, un poco rudimentario. No era la primera vez que contemplaba aquella figura, pero nunca me llamó la atención.

— Papá, ¿qué es esa figura?

— Pues no sé qué decirte solo sé que pertenece a nuestra familia desde hace siglos. El abuelo me contó que se decía que estos juguetes los había tallado Santa Claus como un regalo especial a los niños de esta ciudad que entonces era una aldea. Ellos eran huérfanos, le habían salvado la vida y como agradecimiento Santa les ayudó a mejorar la aldea y nunca les abandonó. 

— ¿Entonces los abuelos viven en la aldea de Santa Claus?

— Según cuentan las viejas leyendas así es. Y aquí nacimos todos, tu madre, tus tíos, tus primos, también tú y tus hermanas. Lástima que la vida actual nos obligue a vivir en Helsinki por el trabajo. Espero que cuando tu madre y yo tengamos la misma edad que los abuelos podamos vivir aquí y, como hacen ellos ahora, esperaros cada Navidad.

Los oídos del niño se taponaron de forma extraña y repentina. No pudo escuchar la campanilla de la puerta, ni los gritos de alegría de los abuelos ni de sus hermanas mientras saludaban alegremente a unos tíos que acababan de llegar. Lo que si escuchó con toda claridad fue una voz fuerte y alegre que le decía:

“Jo, jo, jo ¡Bienvenido a casa, Onni. Que pases una feliz Navidad, jo,jo,jo!"       

A medida que la voz se alejaba, Onni comenzó a recuperar la audición normal.

— ¡Onni! ¡Onni! ¿Te encuentras bien?

— Papá, ¿has escuchado lo mismo que yo?

— No, pero ya lo escuché hace muchos años, la misma noche que el abuelo me contó la historia de la aldea de los niños. Santa Claus siempre cumple su promesa, y nunca nos volvió a abandonar. 

FIN







sábado, 1 de noviembre de 2014

LA CASA DE LA BRUJA

La actividad era frenética, los aldeanos no paraban un segundo. El verano tocaba a su fin. Durante estos días finalizaba la cosecha y se recolectaban los últimos frutos. GLa aldea de Lugnasad se preparaba para su fiesta grande, para ellos se acaba el año y celebraban la llegada del nuevo. En estas fechas terminaba el buen tiempo, la temperatura comenzaba a bajar y la oscuridad de la noche ganaba terreno a la luminosidad del día.

Era época de prepararse para el invierno, hacer recuento de todo lo cosechado, almacenar los alimentos y encerrar al ganado en los rediles. El mal tiempo traía el descanso y la tranquilidad en contraposición con la gran laboriosidad del estío. Pero a pesar del ambiente festivo, los aldeanos sabían que se tenían que enfrentar a una noche especial, una noche mágica.

Se acercaba el Samhain, la noche donde aprovechando el inicio de la estación oscura se estrechaba la línea que separaba el mundo de los vivos y de los muertos. Al juntarse los dos mundos, los espíritus podían vagar libremente por la tierra, esos espíritus amables de los ancestros que podían contactar con sus descendientes, almas benévolas que les llenaban de bendiciones y siempre eran bienvenido, lamentablemente no eran los únicos visitantes esa noche.

Esa línea invisible también la podían traspasar los seres malignos, los malhechores, los crueles, los malvados. Ese tipo de individuos a los que si ya se temieron en vida, tras la muerte eran mucho más peligrosos y siempre era conveniente eludirlos..

Mientras los hombres de Lugnasad remataban las tareas agrícolas y ganaderas, las mujeres y los niños se ocupaban de confeccionar los trajes y las máscaras que les haría pasar desapercibidos ante estos espíritus indeseables.

De todos estos espíritus temidos, el peor era un personaje siniestro, al fantasma más malévolo y terrible de todos: Jack-O'-Lantern, el único hombre que había conseguido engañar y hacer un trato con el mismísimo diablo.

En las noches previas al Samhain, los más ancianos contaban la historia de este ser perverso a los más pequeños, como anteriormente habían hecho sus abuelos con ellos. Los niños escuchaban, con ojos agrandados por el miedo y las bocas abiertas, mientras comían castañas y manzanas asadas al calor del hogar.

Jack-O'-Lantern fue un granjero avaro, vil y cruel. Sus hazañas fueron tan maléficas que su fama llegó hasta los oídos del diablo que, muerto de curiosidad, se le presentó para llevarle al infierno. Como última voluntad, Jack pidió tomar unas copas, y le llevó a la taberna invitando al señor de las tinieblas a unas cervezas. A la hora de pagar ninguno llevaba dinero y el granjero retó al diablo para que, usando sus poderes, se convirtiese en moneda y así abonar la consumición. Satan, presumido como nadie, no pudo evitar alardear e inmediatamente se convirtió en una brillante monea, pero el ladino granjero,  en lugar de pagar se la guardó en el bolsillo donde tenía un crucifijo. El diablo, atrapado por el poder de la cruz, pidió a Jack que le liberara. El hombre le hizo prometer que le dejaría en paz durante un año y el diablo se lo prometió. Jack retiró el crucifijo y el demonio cumplió su palabra.

Pasado el año el diablo volvió a visitar al granjero. Lucifer encontraba tanta maldad en ese alma que no quería renunciar a ella bajo ningún concepto, Satanás la quería para el inframundo. Esta vez, Jack volvió a pedir un último deseo, antes de iniciar su nuevo periplo por el lugar de los horrores y tormentos, pidió al diablo que subiese a un manzano y le bajase una hermosa manzana para tomar su última comida en la Tierra. Una vez que Lucifer inició el ascenso al árbol, Jack talló en el tronco una cruz. Otra vez el señor del averno fue engañado por la astucia del granjero que, esta vez, le hizo jurar que le dejaría en paz durante diez años y, por supuesto, que a su muerte no reclamaría su alma para el inframundo.

Antes de cumplirse el plazo, Jack murió, su alma inició el viaje hacia el cielo, pero en las mismas puertas dominadas por San Pedro, el mezquino granjero fue expulsado por su mala vida y su maldad. Ante ese panorama se dirigió a las puertas del infierno y allí, en las puertas, le esperaba Lucifer para arrojarle de sus dominios y le recordó el pacto que hicieron hacía años por el cual su alma jamás entraría en el mundo de las llamas. Satán, muy enfadado, arrojó sobre Jack unas cuantas llamas del averno, que este consiguió atrapar y esquivar utilizando un nabo hueco. Desde entonces el suplicio del malvado granjero fue mucho peor, ya que se vio obligado a vagar como alma en pena entre el mundo del bien y el del mal sin poder quedarse en ninguno de ellos llevando como única compañía el nabo iluminado con las llamas infernales, que le servía como linterna.

Este espíritu era el más temido en la aldea de Lugnasad, ya que era sabido por todos que si Jack tenía el capricho de aparecer en algún lugar determinado, al grito de "trick or treat", truco o trato podía pedir cualquier cosa a los moradores, hasta lo más penoso y estos obedecían bajo amenazas, ya que sabían que quien no hiciera tratos con el malvado quedaría expuesto a multitud de maldiciones, enfermedades, pérdida de cosecha o de ganado, etc. Hasta el momento los habitantes de Lugnasa se habían librado de su visita, pero cada año el temor era más grande.

Desde hacía aproximadamente un año, la aldea contaba con una vecina nueva, su nombre
era Briana. Esta mujer, muy joven todavía, era viuda y vivía en compañía de sus cuatro hijos pequeños. Su enorme conocimiento en hierbas curativas, ungüentos y pociones para sanar miembros heridos, la dio cierta popularidad, y de esos conocimientos precisamente era de los que vivían ella y sus hijos, ya que por un módico precio o, incluso comida, vendía sus productos.

A pesar de todo Briana no gozaba de muchas simpatías entre sus vecinos, era una mujer taciturna, poco habladora y a quien no le gustaba mezclarse en corrillos con el resto de las mujeres, incluso cuando iban a lavar al río, ella mantenía siempre las distancias. Su estancia en el pueblo era discreta, apenas hablaba salvo algunas palabras sueltas y solo cuando era estrictamente necesario, miraba sin ver con ojos inexpresivos y apagados como si estuvieran ciegos y caminaba apenas sin hacer ruido, como si sus pies no rozasen el suelo. Sus vecinos la tenían casi por una muerta en vida, y eso es lo que realmente era desde que había enviudado, lo único que mantenía el deseo de vivir eran sus hijos, esos cuatro niños a los que amaba más que a su vida, por ellos no había cometido la locura de arrojarse al pozo cuando una maldita enfermedad se llevo a Maddox de su lado. Desde entonces todo fue mal, sus antiguos vecinos, pese a todo lo que les debían —ya que habían ayudado y salvado a muchos de sus vecinos de la cruel epidemía de peste, gracias a sus remedios— la trataron como si fuese una bruja, simplemente por utilizar su don para salvar a un niño de unas heridas mortales solo con sus manos. Sí, ella tenía ese don desde muy pequeña, sus manos desprendían una gran energía, si las concentraba junto a una herida profunda esta sanaba y cicatrizaba de inmediato evitando que la persona se desangrara.

Esto unido a que se enteraron que había apartado a un monje de sus hábitos alejándole del servicio a Dios, la granjeó el odio inmisericorde de toda la población. Era una bruja, una sierva de Satanás y además era una puta que vivía con un hombre infringiendo todas las leyes humanas y divinas. No se podía esperar nada bueno de ella. Mientras Maddox vivió la respetaron, pero al quedarse sola con los pequeños todo cambió, la escupían por la calle, la tiraban piedras, los niños la rodeaban llamándola bruja e hija del demonio, y lo peor ya fue cuando vio que incluso peligraba la vida de sus pequeños. Entonces decidió buscar un nuevo hogar, pero sería más cuidadosa, solo hablaría lo justo para realizar su trabajo, no mantendría una relación estrecha con nadie salvo, solo sus hijos conocerían su verdadera naturaleza bondadosa y amable, sobre todo, no volvería a utilizar su don, vagaría entre la gente de forma cautelosa, sin hacer ruido tratando de volverse tan éterea como el mismo aire. ¿No era eso lo que se esperaba de las brujas y las barraganas de los hombres de Dios?

Pero ella no era nada de eso, y las cosas no habían sido tal y como sus vecinos pensaban. Ella había sido una niña normal, una niña que un día se dio cuenta que tenía un poder cuando vio que su madre atacada por un animal salvaje pudo morir desangrada en sus brazos, cuando llorando imploró que un milagro divino la salvase y en efecto el milagro se hizo realidad a través de sus manos.

Un par de años más tarde su madre murió de una enfermedad y se quedó sola con su padre. Una noche un rayo atravesó su cabaña prendiendo fuego al tejado, afortunadamente salieron ilesos, pero con el incendio, que no pudieron sofocar, perdieron lo poco que tenían.

Emprendieron una marcha agotadora hasta que llegaron a un monasterio donde los monjes se apiadaron de ellos y dieron trabajo a su padre como jardinero. Allí conoció a Maddox.

Briana siempre había sido una niña despierta e inteligente que además desde el principió mostró grandes dotes para el conocimiento de las plantas y su preparación para elaborar todo tipo de remedios contra distintos males. Esto hizo que fray Godino, el monje encargado del herbolario la enseñase todos sus secretos a la vez que a Maddox, el novicio, que le ayudaba.

Briana y Maddox crecieron juntos ya que eran de la misma edad, y lo que en un principio fue solo camaradería, compañerismo y amistad, en el umbral de la adolescencia se convirtió en amor.

Fray Godino se dio cuenta y se convirtió en su cómplice. La orden era muy severa y no consentiría que un novicio dejase los hábitos, así que una noche el monje, sin decir nada al prior, ofició una sencilla ceremonia donde escuchó la renuncia de los votos del muchacho y, con la sola asistencia del padre de Briana, les casó y posteriormente les ayudó a escapar dándoles algún dinero y dos mulos para emprender el viaje.

No había sido una ceremonia al uso, pero ante Dios estaban casados. No, no era ninguna furcia, ni había hecho ninguna brujería para apartar a un hombre de su camino religioso. Habían sido muy felices y la prueba de que no habían cometido ningún delito era el haber sido bendecidos con sus cuatro hijos a los que sacaban adelante gracias a los conocimientos recibidos del bueno de fray Godino.

Ahora en Lugnasad vivía tranquila, sus hijos crecían con cierta normalidad aunque sabía que los habíantes la miraban con cierto recelo. Pero con un poco de suerte esperaba que no tuviera que salir huyendo como de su anterior hogar.

Era consciente que la gente no la quería, la miraban con una mezcla de sorpresa y desconfianza, pero no la despreciaban y sabía que sus conocimientos medicinales les venían muy bien a sus vecinos.

Faltaban solo dos días para Samhain y todos en la aldea ultimaban los preparativos para la festividad. Briana se levantó muy temprano, las lluvias que arreciaron los días previos habían desaparecido y el cielo se mostraba de un azul limpio impresionante. Era el día perfecto para salir al bosque a recoger algunas hierbas que necesitaba para algunos remedios, especialmente para los catarros y reumas que se acrecentaban en la época invernal.

Paseaba a la orilla del río buscando los apreciados canónigos, que venían bien tanto para remedios, como para acompañar ensaladas, cuando oyó unos gritos a sus espaldas. Se volvió y apresuradamente se dirigió en la dirección que le indicaban los quejidos.

En el vado del arroyo había un grupo de niño que, chillando asustados, rodeaban a otro que yacía en el agua. Era Kendra, el hijo del regidor de la aldea. Los niños se apartaron para dejar pasar a la mujer mientras la explicaban atropelladamente lo que había ocurrido. Jugaban en aquel lugar, ya que era uno de los sitios donde el río era menos profundo, de ahí que lo conociesen como el arroyo. Kendra había resbalado en las piedras mojadas y se había dado un fuerte golpe en la cabeza.

Efectivamente el niño tenía una herida fea en el lado derecho de la cabeza, estaba consciente, pero la herida sangraba tanto que si no actuaba con rapidez, el chiquillo se podría desangrar. Era evidente que no podría llegar a tiempo con él en brazos hasta su cabaña e intentar suturar. La sangre salía a borbotones tiñendo el agua de rojo, tenía que actuar de inmediato ya que Kendra perdía fuerzas y estaba al borde de la inconsciencia. Un escalofrío recorrió su espalda, sabía que aquello le acarrearía problemas, pero tenía que hacerlo, no podía dejar morir a un inocente por su cobardía. Cerró los ojos y puso sus manos sobre la herida. Los niños vieron con asombro que una luz roja salía de las manos de la mujer y la gran brecha de la cabeza de su amigo se iba cerrando sin dejar ni huella ni cicatriz alguna. A los pocos minutos lo único que quedaba del feo accidente eran los restos de sangre pegados en el pelo del chiquillo.

Al llegar a la aldea los pequeños contaron lo que habían visto. Los murmullos llegaron enseguida. Los corrillos señalaban a su extraña vecina y una palabra flotando dentro de una idea que, por superstición y debido a las fechas en las que estaban, se negaban a decir en alto lo que no les impedía pensar en ello. Tenían una bruja conviviendo con ellos. El miedo comenzó a anidar en sus corazones, pocos dudaban que aquel Samhein recibirían la visita del temido Jack- O'-Lantern y les cubriría de maldiciones si no jugaban con él al "trick or treat". Hacer trato no les traería nada bueno, ya que el temido espíritu podría pedirles cualquier cosa. Pero pedirle truco era acarrearse a un sin fin de males.

Esa noche, la noche anterior al Samhain, Briana permanecía encerrada en su casa, volvía a tener miedo. Contemplando el sueño tranquilo de sus hijos, que dormían juntos sobre un colchón de paja muy cerca de la chimenea, pensaba que todo volvía a ocurrir de nuevo. No le habían gustado las miradas de sus vecinos, tendría que volver a huir. Ni sus hijos ni ella podrían vivir nunca en paz.

Sentada en una silla de madera y con las manos inquietas sobre la mesa no paraba de pensar en su incierto futuro. No dejaba de mirar las caritas de sus hijos, que soñarían, probablemente, con el cuento que les había narrado aquella noche. Un nudo se estrechaba en su garganta, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos negándose a salir.

De pronto, sin que interviniera ninguna corriente de aire, ya que con los ánimos tan caldeados ese día, se había preocupado de atrancar bien la puerta y las ventanas, la llama del candil se apagó. La estancia se quedó a oscuras envuelta en el tenue resplandor amarillento del fuego del hogar. Un portazo la sobresaltó y sintió crujidos en la escalerilla de madera que la planta baja se la cabaña con la parte superior de la casa, que la servía de secadero de hierbas y de laboratorio.

Briana se levantó bruscamente haciendo que la silla donde estaba sentada rodase por el suelo, sus manos sujetaron la mesa con crispación. Los crujidos dejaron de escucharse pero un viento helado la golpeó el rostro y un ruido de pasos pesados comenzaron a oírse más cerca. De un salto se acercó a la pared y agarró con fuerza la escoba. Si alguien se había colado en su casa y pretendía hacer daño a sus hijos tendría que pasar sobre ella. Su cabaña era de las más alejadas del centro de la aldea y era posible que algún indeseable, incluso entre sus propios vecinos, tuviese alguna intención no muy buena.

Las llamas de la chimenea comenzaron a crepitar de forma extraña y su mirada se quedó fija en ellas, de los resplandores amarillo-rojizos, comenzó a surgir una especie de humo azulado y entre sus volutas y espirales se comenzó a dibujar la silueta de un rostro que poco a poco se iba haciendo más familiar, era el rostro conocido y amado de Maddox, su marido.

— ¿Cómo es posible? Aún no es Samhein, ¿cómo has podido cruzar la línea entre los dos mundos si estos aún no se han juntado? —Las lágrimas contenidas que se negaban a salir, comenzaron a manar profundamente de sus lagrimales —Te he echado tanto de menos.

__  Escucha Briana, no tengo mucho tiempo, efectivamente no es el día apropiado, pero me han hecho un favor dada tu critica sitúación. Estáis en peligro, la gente está temerosa y crispada, no les culpo, Jack-O'-Lantern es mucho más terrible de lo que os podéis imaginar y eso lo saben muy bien aquellos con quien se ha cruzado. Si este personaje aparece en Lugnasad te harán responsable a ti. Ya sé que no es justo, que no has hecho ningún mal, simplemente has salvado a un niño de la muerte, pero ellos ven en eso brujería. El miedo y la ignorancia es el peor de los males que aquejan a la humanidad. Te voy a dar la solución, mañana no salgas de casa, ni te acerques a la aldea, coge la calabaza más grande que tengas en el huerto y haz paso por paso todas mis instrucciones y nada os pasará. Este ser infrahumano solo le teme a una cosa, teme el recuerdo de su encuetro con Satán, cuando este le arrojó un puñado de llamas del averno. —Maddox continuó hablando pausadamente dando las explicaciones pertinentes, la hora de la despedida estaba ya cercana— Recuerda todo lo que te he dicho. Adiós amor mío, debo irme ya. Sabed que siempre estaré cerca de vosotros, aunque no me veáis siempre estaré protegiendoos. —Lanzando un beso al aire, el espíritu de Maddox fue desapareciendo entre columnas de humo azul que ascendían hacía el cielo.



A la mañana siguiente Briana cogió la calabaza más hermosa de su huerto, ante el estupor de sus hijos la vació dejándola hueca y luego le talló unas facciones horrorosas, consiguió con mucha paciencia hacer un rostro que inspiraba terror. Ya cuando el día comenzaba a oscurecer metió en el interior un candil. La luz que se reflejaba en los huecos que representaban a las facciones hacía el rostro mucho más terrible. Luego subió al piso superior y dejó la calabaza iluminada en la ventana más alta de la cabaña.

Mientras, en Lugnasad comenzaba el festejo y los aldeanos danzaban junto a las hogueras con sus trajes y sus máscaras. Todo quedó en silencio cuando vieron que una figura oscura y escurridiza surgía del bosque y caminaba sigilosamente entre los árboles. En la mano se distinguía un gran nabo iluminado. "¡Es Jack- o'-lantern va a la casa de la bruja!" gritaron algunos. Los más aguerridos siguieron a la figura que se acercaba a la casa de Briana.

Cuando el alma del malvado granjero se acercó a la casa y vió la horrible calabaza en la ventana salió huyendo lanzando un terrible alarido que jamás olvidarían los habitantes de Lugnasad.

Los aldeanos se tranquilizaron, la bruja les había ayudado una vez más dándoles el remedio para alejar al más cruel de los espíritus. El miedo y el desprecio que sentían hacia Briana se convirtió en respeto.

************

Los años fueron pasando, incluso los siglos y la aldea de Lugnasad, como tantas otras cosas, desapareció bajo toneladas de tierra y el bosque fue ganando terreno a los edificios. La única casa que respetó el paso del tiempo fue la de Briana. Era tan asombroso ese respeto de la naturaleza por esa cabaña que los lugareños la conocían como la casa de la bruja.

Un día paseando por esos terrenos, una duquesa se prendó del lugar y decidió construir allí su mansión. Los mejores arquitectos y jardineros pasaron por allí consiguiendo hacer de aquel lugar agreste uno de los parajes más bellos. La única exigencia de la duquesa fue que respetasen y dejasen en pie la cabaña.

En nuestros días este jardín aún existe y es uno de los rincones más hermosos de su ciudad. Y allí, entre parterres de flores y árboles cuidados, todavía destaca en perfectas condiciones la casa de la bruja. Aun hay quien dice que todas las noches del 31 de octubre, la noche que algunos historiadores hacen coincidir con el Samhain y que ahora conocemos como Halloween, sin ninguna mediación humana, aparece una calabaza iluminada que refleja el rostro descompuesto de uno de los pocos humanos que consiguió burlar al señor de las tinieblas: Jack- o'-lantern.

FIN

jueves, 23 de octubre de 2014

MIRADAS




¿Te gusta mirar a los ojos de las personas que se cruzan en tu camino? A mí sí, es una de las características más acusadas de mi personalidad. Un hábito que, probablemente, me salvó la vida. Tomen asiento y presten atención a mi historia. No les prometo una historia maravillosa, ni fantástica, ni nada que tenga que ver con dones especiales ni ciencias ocultas. Simplemente es una historia normal y mucho más habitual de lo que nos podemos creer.

Siempre fui una niña muy observadora, que no cotilla. Proceder de un barrio obrero, y más, de una calle estrecha como tantas y tantas calles del centro de cualquier ciudad, donde apenas ha habido movimiento vecinal y todos formamos una pequeña gran familia, conocedores de todos los secretos, ayudó a que la vida de los demás me interesase muy poco.

Los años han pasado, ya no soy una niña y sigo aquí entre la misma gente que he conocido siempre. Por eso cuando los Fernández decidieron mudarse de ciudad la expectación fue total, el primer piso que se vendía en los veinticinco años que yo llevaba allí, desde que nací.

A los pocos meses el piso tenía un nuevo dueño. Todas las vecinas estaban encantadas con el nuevo inquilino. Joven, atractivo, educado y al parecer bastante tímido, ya que apenas cruzaba los saludos de rigor cuando se cruzaba con los vecinos. Discreto y poco amigo de entablar conversación con nadie, era, para el presidente de la comunidad, el vecino ideal: nada de familias inmigrantes con un montón de hijos ruidosos, nada de amantes de los animales que te llenan el edificio de perros y gatos abandonados, ni estudiantes que para compartir gastos se meten ciento y la madre arman juergas de aquí te espero, y a saber lo que se fuman. Así de peculiar es don Hipólito. Aún recuerdo la que lió cuando hacía unos seis años a Miguel, mi primer novio, se le ocurrió venir a buscarme al portal. A don Hipólito, que vio un chico melenudo merodeando por sus terrenos, le faltó tiempo para agarrar el palo de la escoba más gordo que tenía en casa, y por supuesto, Miguel no tuvo ni bastante calle ni barrio para correr.

Con este tipo de señor, evidentemente, el nuevo vecino era ideal. Salía a primera hora de la mañana y volvía a últimas horas de la tarde-noche. 

No conocí al nuevo vecino hasta dos meses más tarde, fue en el rellano del primer piso. Los comentarios de las vecinas no eran para nada exagerados. Me pareció un hombre guapo, y muy callado, tendría alrededor de treinta años, sus "buenos días" eran casi inaudibles. Instintivamente, mis ojos buscaron los suyos. Mi costumbre de siempre, los ojos me solían contar sobre sus dueños mucho más que sus bocas.

Él agachó la cabeza rápidamente, me sorprendí mucho, normalmente pocas veces pasaba esto, la gente suele aguantar la mirada, sobre todo, cuando vas a vivir tan solo dos pisos más arriba. O era un gran tímido o algo tenía que ocultar este personaje.

Debía de ser la única que tenía reparos con este hombre tan esquivo. Patri, la vecina del bloque de enfrente, suspiraba por sus huesos y aprovechaba cualquier ocasión para hacerse la encontradiza. La verdad es que todos estaban encantados con el nuevo vecino, incluso mi madre:

__ Nena, no sé porqué no te le insinuas un poquito al nuevo vecino, mira, Patricia no pierde una.

__  ¡Que no mamá! Patri es mucho más mona que yo, además, no sé hay algo en ese tipo que no me termina de convencer.

__  Mira hija, los años pasan y ya empiezas a entrar en una edad muy peligrosa, así no te casarás nunca, y desde que murió tu padre nos hace tanta falta un hombre en casa con tu hermano en la otra punta del mundo. 

Esa fue mi gran desgracia, primero la marcha de mi hermano a Camberra, la situación laboral no le dejó otro camino. Yo tuve suerte y encontré trabajo, pero cuando ya había iniciado mi vida y había cogido un apartamento para independizarme, la desgracia volvió a sacudirnos, esta vez de forma más cruel. Mi padre falleció a los pocos meses de mi independencia.

Mi madre es una mujer a la vieja usanza, en esa situación no
se la podía dejar sola, mi hermano con pareja y la vida resuelta en Australia, no podía renunciar a nada. Yo no tenía pareja y además trabajaba en la misma ciudad, así que me tocó a mí sacrificarme. Para mi hermano era la solución ideal, yo me ahorraba un alquiler y gastos, y mamá estaba acompañada, todo perfecto. A mi edad resulta algo incómodo vivir aún bajo el ala maternal, pero me consolé pensando que esta sitúación no iba a ser para siempre. Mi madre alguna vez superaría la pérdida y además, pese a su mentalidad chapada a la antigua, era un encanto y fácil de llevar.

__  ¡Mamá! Yo no necesito tener un hombre al lado para vivir, si llega el momento y el hombre adecuado no tendré ningún inconveniente pero vivir con alguien por vivir, pues no.

El tiempo fue pasando y parecía que el nuevo vecino se integraba en el vecindario, se iba abriendo y poco a poco buscaba más el trato. Me sorprendió muchísimo que aceptase la invitación de mi madre para cenar.

Estuvo encantador, incluso llevó un botella de vino y el postre, en ese momento pensé que había sido muy injusta con él y saqué mi lado más amable, evidentemente, todos tenían razón y la equivocada era yo. Desde entonces fuimos prácticamente inseparables y comenzamos a salir. Nos divertíamos juntos, descubrímos gustos comunes y decidimos formalizar el noviazgo. No paraba de dar gracias a Dios o a quien quiera que maneje los hilos de nuestra vida, si es que un ser semejante existe;  por no haber dejado que mi natural desconfianza hubiese impedido una bonita relación. Ni siquiera sabía si ese amor sería para toda la vida, pero durase lo que durase, la única certeza con la que contaba era que éste era el hombre con quien, en aquellos momentos, quería compartir mi vida.

Para anunciar nuestro compromiso hicimos una fiesta familiar, acudieron algunos de mis amigos y varios vecinos, lamentablemente por parte de Pedro, al ser de otra localidad, no pudo asistir nadie por su parte, no era normal que se desplazasen un montón de kilómetros para una simple fiesta de compromiso, para la boda sería otra cosa.

En un aparte, Pedro me propuso que nos escapásemos un rato, quería hablarme de algo y allí era imposible, la gente ya comenzaba a estar un poco pasadita de bebida y el escándalo era palpable. Disimuladamente y procurando mimetizarnos entre los asistentes subimos a su casa, en el último piso del edificio.

__  ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?

__  Nada en especial, me empezaba a doler la cabeza y quería estar un rato a solas.

__  Y ¿para eso me haces salir a hurtadillas de la fiesta? Cariño, comprendo que para ti no es agradable aguantar a gente que conoces desde hace poco, que te hubiese gustado tener a alguien de tu entorno a tu lado. Yo también echo de menos a mi hermano, probablemente ni vendrá a la boda, está demasiado lejos y sería un gasto excesivo por asistir a un enlace, aunque sea el de su hermana. Con la ilusión que me haría que me llevase él al altar.

__  No tiene nada que ver, en especial no hecho de menos a nadie, un poco a mi madre, pero la veré pronto. 

Pedro era muy reacio a hablar de su familia, pocas veces hablaba de ellos. De su madre, de sus dos hermanos, pero francamente sabía poco de ellos, yo pensé que la relación no era buena, en muchas familias pasa eso. Así que me emocioné cuando recordó a su madre. Pasé a la cocina tenía la boca seca y me sorprendió algo, sobre la mesa de la cocina había dos cuchillos enormes, una sierra grande, y un rollo de cuerda gruesa. Era la primera vez que veía aquello en la casa. 

__ ¡Cariño!  Le grité desde la cocina__ ¿Vas a dedicarte ahora al bricolaje o es que José te mandado un trabajito extra? __ José era su jefe y no era nada extraño que aunque Pedro se dedicaba a vender coches, aprovechando su disposición, le encargase otros menesteres, incluso en una ocasión tuvo que cuidar a su perro durante las vacaciones de Navidad, cuando él se llevó a sus hijos a esquiar.

__  No, en esta ocasión voy a hacer un trabajito para mí, quiero arreglar el escobero, creo que nos vendría mejor hacer una pequeña alhacena.

Dejé el vaso en el fregadero y fui al salón. Pedro estaba recostado en el sofá y cuando le miré, esquivó mi mirada igual que el primer día que le conocí. Algo se removió en mi interior y le hablé de forma imperativa para obligarle a mirarme.

__  ¡Vamos, no podemos seguir haciendo el feo a nuestros invitados!

__  Ni se han dado cuenta de nuestra salida a estas alturas ya estarán ciegos de cubatas y cervezas.

__   Pues con más motivos ya van a ser las doce y va siendo hora de mandar cada mochuelo a su olivo, no quiero cargar el muerto mamá, al fin y al cabo es nuestra fiesta, y no quiero tener problemas con don Hipólito.

Me dirigí a la puerta con paso rápido y nervioso, había conseguido que Pedro me mirase, pero había algo en su mirada que no me gustaba, no sabía explicar el qué, pero no era la mirada de siempre, algo había cambiado. Sus pupilas se habían dilatado y brillaban de forma inusual. Algo le estaba excitando y no era un impulso sexual. Las manos se me cogelaron cuando al coger el picaporte y al intentar abrir, no pude. Pedro había echado la llave. Con un punto de histeria comencé a gritar y a vapulear la puerta,

__  ¡Abre la puerta! ¡Quiero salir de aquí ahora mismo! __ sentía miedo y también me sentía ridícula, parecía una niña pequeña aporreándo la puerta por una rabieta.

Me callé un momento, sentí una puerta abrirse y volví a gritar. Pedro se acercaba a mí y un pánico inexplicable me invadía, su voz trataba de tranquilizarme, pero sus ojos me decían otra cosa. Sentí el timbre y la voz de un malhumorado Don Hipólito chillar al otro lado de la puerta. 

__  ¿Se puede saber que pasa ahí dentro? No contentos con el escándalo que estáis formando en casa de doña Justa, ahora venís aquí a liarla. O salís inmediatamente y paráis este escándalo o llamo a la policia. Es vergonzoso Mari Pili, si tu padre levantara la cabeza...

Pedro ya estaba a mi lado y su cara estaba tan blanca como la de un cadáver. Aprovechando su indecisíón momentánea intenté ponerle más nervioso.

__  Más te vale abrir, no conoces como se las gasta el presidente, es muy capaz de hacer lo que dice.

Cerré los ojos y sentí el ruido de la llave girando en la cerradura, ¡por fin estaba abriendo! Mientras intentaba dar una explicación al airado don Hipólito, aproveché para escarpame a todo correr por la aberura de la puerta. Solo escuché los últimos gruñidos del máximo representante de la comunidad: "¡Peleas de enamorados! ¡peleas de enamorados! Estaba muy equivocado contigo jovencito. Pensaba que eras más responsable pero eres igual que todos. A partir de ahora te tendré vigilado".

¡Bendito don Hipólito! Nunca sabría el favor tan grande que me había hecho. Ya en mi casa conseguí despedir a los invitados y ante el estupor de mi madre eché todos los cerrojos y prohibiéndola abrir la puerta a Pedro bajo ningún concepto, me encerré en mi habitación. Sentí el timbre de la puerta tres veces, y perdí la cuenta de las veces que sonó el teléfono.

Ni que decir tiene que desde aquel momento todo cambió. Los días que siguieron fueron raros y estrepitosos. Lo primero que hice fue romper el noviazgo, me negué a hablar con Pedro, procuré huir de él y no encontrármele en la escalera, pero sabía que no podría permanecer así mucho tiempo, la posibilidad de tropezar con él era inminente. Lo mejor era irme de allí.

Expliqué a mi madre lo sucedido y el extraño comportamiento de Pedro. De acuerdo con mi tía, que vivía en el pueblo, conseguímos convencer a mi madre para que se fuera con ella una temporada. Curiosamente no me puso muchas pegas, debía intuir por mi comportamiento que las cosas estaban mas feas de lo que podría creer.

Yo solicité el traslado a otra oficina de mi empresa y me fui a casa de una amiga. Los días fueron o, al menos, yo me quise hacer esas ilusiones, recuperando la normalidad. Solo volví a mi antiguo barrio seis meses después. Me costó mucho volver, no quería encontrarme con Pedro y el motivo de mi visita no era agradable. Nadie sabía nada de mí en mi antigua casa, pero casualmente hacía dos días me encontré con Patri en un centro comercial y me comunicó el inesperado fallecimiento de don Hipólito. Y digo inesperado porque este hombre no era tan mayor y siempre había gozado de una excelente salud, incluso Patri me confirmó que recientemente se había hecho un chequeo y estaba como un toro.

Por fortuna no vi a Pedro en el sepelio de don Hipólito y respiré tranquila, pero no sabía que este relajamiento me iba a durar muy poco.

No habría pasado ni un mes de esta desagradable noticia, cuando me volvió a invadir una sensación de tragedia, esta vez, entre las hojas de los periódicos y los ecos de las noticias televisivas. El cuerpo desmembrado de una chica había aparecido en un vertedero de las afueras de la ciudad. No sabía el motivo pero esa noticia me producía inquietud, desafortunadamente no era la primera vez que oía noticias de este tipo. Tampoco era de esas mujeres pusilánimes que no sale a la calle por temor a los asaltos de posibles delincuentes o criminales, pero aquel caso me quitaba el sueño, debía ser que mi experiencia con Pedro me había sensibilizado en extremo.

Pasó un mes y aunque las noticias se fueron relajando con lo de la chica asesinada, yo seguía muy pendiente del caso. A la jóven ya la habían puesto nombre y apellido, era azafata de treinta y un años y un hijo de tres. Había salido a trabajar y desde el aeropuerto se habían puesto en contacto con su familia porque no había llegado a su puesto de trabajo. Una noche, mientras mi amiga y yo cenábamos frente al televisor escuchamos que la policia estaban procediendo a la detención del presunto asesino en su domicilio.

Un impulso incontrolable me levantó del sofá y salí disparada hacía el coche. No sé si me llegaría después alguna multa, lo que sé es que, aprovechando el escaso tráfico en aquella hora, crucé la ciudad en un suspiro y en poco menos de un cuarto de hora me planté en las inmediaciones de mi calle. Un cordón policial me separaba de mi portal. Los vecinos de los edificios colindantes se agolpaban en el cordón, los vecinos de mi bloque permanecían en las ventanas y los balcones. Entre el gentío me topé con Adoración, una vecina del portal de al lado y la madre de mi mejor amigo del colegio.

__   ¡Ay mi niña, que disgusto! Teníamos al asesino en casa. Creo que tiene antecedentes, con solo doce años mató a su madre. Estuvo hasta los diecinueve años en un psiquiátrico y luego desapareció y no se supo nada de él. Dicen que se marchó al extranjero y creo que se cambió el nombre. La policía esa de fuera, la ínter no sé qué le tenía en busca y captura. Creen que es el responsable del asesinato de, al menos, tres mujeres más en otros países. Cada vez que pienso lo que podría haber pasado y quien pudo ser su víctima se me abren las carnes .__Adoración luchó por no soltar lo que pugnaba salir de su boca, pero sus ojos me lo decían todo. La víctima, en lugar de esa pobre chica, pude ser yo.

__ ¿Y cómo sabe usted todo eso señora Adoración?

__  Mi niña, me he colocado cerca de una de las camionetas de los periodistas y, sin querer, ya me conoces, nunca me gusta escuchar conversaciones ajenas, he escuchado los comentarios que hacían a las noticias que iban recibiendo. Estaban tan distraídos con su trabajo que no se han dado ni cuenta que estaba ahí.

No me extrañaba nada, Adoración tenía una habilidad especial para enterarse de todo y un oído que parecía un radar. Eso de que no prestaba oídos a los chismes era solo un decir.

Como pude, dando empujones a diestro y siniestro, me situé en primera línea de la cinta. El revuelo fue el preludio de lo que estaba por pasar. Todo enmudeció en el momento que el asesino apareció esposado. Al contrario de lo que yo pensaba el reo no llevaba la cabeza tapada y miraba con descaro a todos, incluidas las cámaras de los periodistas. De camino uno de los coches pasó muy cerca de mí. No se escondió me miró directamente a los ojos, esta vez, con esa mirada suya que consiguió, no sé si engañarme o enamorarme. Antes de que los policías le empujasen dentro del coche me dirigió unas palabras en tono muy bajo, pero que entendí perfectamente. 



__  Tú lo sabías desde el principio ¿verdad? No como ese viejo impertinente que me tuve que cargar porque se acercaba demasiado a mí. Tú si lo presentiste desde el primer día que te aparté la mirada.


FIN

miércoles, 1 de octubre de 2014

LA SOLEDAD Y EL POETA



Llegaste a mi corazón
cuando mi audacia deteriorada
inició su deserción
hacia una cruzada inacabada.

Sin esperanzas de amar.
Viviendo mi ciega soledad
en inhóspito solar
que los hoscos llaman libertad.

Marchaste sin un adiós,
dejándome roto de dolor
sin poder rogar a Dios
que tranquilizara ese resquemor.

No deje de suspirarte,
hasta que tu voz me gritó: "ahora
vuelve a ser el caminante 
que siempre en mi inmortalidad mora".

FIN

domingo, 28 de septiembre de 2014

DIMES Y DIRETES



“Dime con quién andas
y te diré quién eres”,
dice el refrán popular.
como no se sabe con quién ando,
no me podrán criticar.

Ayer soñé con el mar,
que sus olas me mecían.
Mi sorpresa al despertar
fue que no había agua, ni sal.

“De tal palo tal astilla”,
y es frase muy coloquial.
Desde que tú me dejaste,
no tienes silla en mi hogar.

Soledad es sentirse solo.
Añorar compañía
es volverse loco.

jueves, 25 de septiembre de 2014

¡FELICES DOMINGOS!


¡Dios otra vez el maldito despertador! ¡Joder que asco de aparatejo! Seguro que quien inventó el artilugio de los demonios era un insomne. Me dí media vuelta y con los ojos aún cerrados intenté apagar el  trasto de los cojones, con tan mala suerte que me llevé por delante todo lo que tenía en la mesilla, incluido el vaso de agua, el cual,  no tenía otra misión en la vida que regarme.

— ¿Qué pasa amor? —la voz adormilada de Nati sonó a mi lado— Ainss, mira que te tengo dicho que desconectes el despertador los domingos.

— ¡Coño es verdad! ¡Hoy es domingo! —Una sonrisita bailó en mi cara, ya no me importaba estar empapado de agua ni tener que meterme debajo de la cama a rebuscar todo lo que se había caído je,je,je. Era afortunado hoy me libraba de ver al gilipollas de mi jefe.

— Cielo, ya que estás levantado ¿te importaría preparar el desayuno y traérmelo a la cama? Hace tanto que no nos damos un pequeño homenaje.

Ummm, escuchar la vocecilla empalagosa de Nati me provocó un negro presagio. Llevábamos un año viviendo juntos y ya comenzaba a darme cuenta de los distintos matices e inflexiones de su voz.

Lógicamente ya no me volví a meter en la cama, tras el desayuno, tuve que recoger los cacharros, preparar el baño en fin, lo habitual.

— Amor, ¿te apetece que vayamos a pasar el día al Plaza Norte 2? Lola y Merche me han comentado que han puesto una tienda que tienen una ropa divina de la muerte y con unos precios de ensueño.

Vamos yo rabié de la emoción, un gusanillo me corroía el estómago de la felicidad que me embargaba, pero a ver quien era el guapo que negaba algo a mi “santa” prometida, así que me dispuse a soportar el vía crucis de todo novio complaciente y cumplidor.

La llegada a ese lugar “de las mil y una noches” ya fue épico, encontrar un hueco para mi flamante Citroën C3 fue una especie de batalla campal por un mísero aparcamiento junto a una columna —que siempre están donde no deben estar—. Me toco pelear con un tío que, con la misma cara de mala leche que yo, pretendía meter su espectacular BMW deportivo en ese mínimo espacio. Tras un pequeño forcejeo, que si tú, que si yo, que si a ver quien tiene más huevos —forcejeo visual más que dialéctico— todo hay que decirlo, al tipo no le quedaron más narices que cederme el sitio, más que nada porque ese pedazo tanque ahí no entraba. Claro que tuve que aguantar las miradas como cuchillos cortantes de su compañera de asiento y su frasecita hiriente: déjalo Amador, desde luego estos sitios sólo están pensados para estas “caquitas” de utilitarios“ ; palabras que fueron rubricadas con un gracioso corte de mangas procedente de aquel Fitipaldi de pacotilla. Pero ni eso fue capaz de amargarme aquella pequeña victoria.

Como dice mi madre: "poco dura la alegría en casa del pobre", y efectivamente a mi se me terminó cuando a mis espaldas escuche una “melodiosa” mas que conocida.

— ¡Natiii!! Guapa, ahora mismo Queli y yo estábamos pensando en ti. Sabíamos que serías incapaz de no pasarte por aquí, verás, verás que chuladas de tiendas.

Aggggg y agggg y más agggg ¡no podía ser! Allí estaban las insoportables amigas de mi novia, y ya era casualidad de casualidades que cada domingo que nos tocaba excursión a los centros comerciales nos las encontrásemos.

Ni que decir tiene que aquello ya me olía a chamusquina, y más, cuando veía la sonrisita cómplice de Nati y los morritos que me ponía para que no se me notase demasiado la contrariedad. Aquello estaba preparado, vamos que soy un poco panoli, pero no tonto.

— Nati, nena, estás divina con ese vestido vas a triunfar —exclamó  Mamen entusiasmada cuando vio salir a Nati del probador luciendo una especie de vestido que no la tapaba medio muslo y de unas transparencias algo preocupantes.

Lo más disimuladamente pude eché un vistazo a la etiqueta y tuve que agarrarme al mostrador para no caerme allí mismo de culo, ¿185,99  euros por un vestido que parecía un camisón y con una telita de chichi-nabo que se iba a tragar la lavadora en el primer centrifugado? Eso me parecía un atraco a mano armada ¡joder con los precios de ganga de Quelita y Mamen!

— Nati nena… esto ejem ¿no te parece que es mucho dinero por un trapito de nada? —balbuceé tímidamente.




— Quique no seas aguafiestas cariñín, ¿para que te crees que se inventaron esas tarjetitas tan monas  y útiles llamadas Visa Oro?

Mi mente de licenciado en empresariales y económicas  empezó a hacer números rápidamente y para mi estupor me dí cuenta que esa tarjeta de los huevos, ya no debería estar en números rojos, tenía que estar como mínimo morada y  punto de hacerle el boca a boca porque podía morir infartada de un momento a otro.

El coro de gallinas —upsss perdón… las queridas amiguitas de mi Nati—, comenzaron a jalear la compra. Pero eso no terminó ahí, las bolsas siguieron sumándose una tras otra. Me pasé un par de horas corriendo tras ellas con sus abrigos, sus bolsos, las bolsas de las compras, porque claro ya no sólo me tocaba cargar con las bolsas de mi novia; también como buen caballero tenía que llevar los bolsones de las otras dos arpías-tiparracas. ¡Coño! Ya empezaba a tener la impresión que me había casado con el Trío La,La,La.

— ¡Quique, no seas manazas! y no me dejes el abrigo ahí que es de Agatha Ruiz de la Prada y se me va a deformar —decía la gilí de Quelita. Y que narices llevaría la imbécil de Mamen en el bolso ¡cagüenlaleche! Ni que llevase un muerto, eso pesaba un quintal.

Al fin como si me hubiese pasado un regimiento de apisonadoras por encima, mis tres torturadoras decidieron que era hora de comer. ¡Menos mal! Que bien me vendría ahora una buena fabadita con su choricito, su morcillita… su todo. A dos pasos había un mesón asturiano que despedía un olor a gloria.

— ¡Uy, no, Quique, no!  ahí ni de coña que te estoy viendo la cara, a ese sitio tan cutre yo no paso —dijo Nati al presentir mis intenciones— Mamen conoce un restaurante japonés que es el no va más, está un poquito más lejos pero creo que merece la pena. El poquito más lejos fue un agradable paseo de veinte minutos cargado como un burro.

— Nati nena, ya sabes que a mi el sushi ese no me gusta, pescado crudo que asco puaggg.

— Desde luego Quique no eres nada chic, la comida japonesa es maravillosa, dietética, ligera, sin colesterol, sin calorías, sin nada de grasa; y no es por nada Quiquito pero te estás poniendo un poco fondón, esa barriguilla ya empieza a tener unas proporciones un tanto preocupantes —dijo la bruja de Quelita.

¿Que yo tengo barriga? ¡No te jode la tía! No me extraña que el marido la dejase plantada.

Al final mis ya maltratadas posaderas y peor parados riñones finalmente terminaron tomando asiento en un taburete de ese restaurante tan cucón y japonés, por fin comería algo,  guarradas eso sí, pero al menos podría soltar todos lo bultos.

— Quique, nene tienes mal color de cara, ¿estás cansado? Pues esto no es nada ya verás cuando tengáis un par de niñitos, lo divertido que vas a estar corriendo detrás de ellos por el Centro Comercial, Paco se lo pasaba pipa con ellos ja,ja,ja -comentó  Quelita como quien no quiere la cosa.

El bueno de Paco, es el exmarido de la tonta el bote esta, ahora seguramente estará feliz y contento lejos de esta arpía y viendo a esos dos diablos con patas que tienen por hijos una vez al mes.

De repente me imaginé la escena, cargado hasta las trancas de bolsos, bolsas, abrigos y corriendo detrás de un par de críos mocosos, llorones e igual de caprichosos que su mamá. Al instante mis manos comenzaron a sudar, las piernas me temblaban y mi estómago empezó a notar ligeros calambres como si me estuviese entrando corriente eléctrica por algún sitio. Ni que decir tiene que el sushi se quedó en el plato, y hasta pensar en la fabada me daba ganas de vomitar.

Luego llegó la hora del cine, por supuesto la película la eligieron ellas, una película de esas ñoñas con el típico guaperas de protagonista. Pero claro ni me enteré del argumento porque las tres cotorras no paraban de cuchichear y criticar a la actriz de turno, que para ellas no valía un pimiento, pero a mi me parecía que estaba muy buena. Y menos mal que con los precios de los cines la sala estaba medio vacía y cada grupo estábamos de una punta a otra de la sala, que si no nos echan a patada limpia.

La vuelta  fue el mismo tormento de siempre, tres cuartos de hora metidos en un atasco de la leche, y otra hora para llevar a cada una de las gallinas cluecas a su casa, porque según Nati: “¡Pobrecitas! Quique, no podemos dejarlas en el metro ahora, están agotadas, no sabes lo cansado que es ir de compras”.  ¿A mi venía a decirme lo cansado que es ir de compras? ¡manda narices!

Al llegar a casa solté las bolsas donde pude y dejé a Nati haciendo recuento de sus tesoros. Yo me tiré literalmente en el sofá, sentí el teléfono pero no tenía ni fuerzas, ni ganas de cogerlo. La inanición, y el agotamiento no me dejaban mover un músculo.

— ¡Quique! ¿no oyes el teléfono? Bueno, da igual, ya cojo el supletorio.

Mi móvil también comenzó a sonar.

— Quique machote —rugió al otro lado del cacharro la voz de mi amigo Nacho—. ¿Qué tal estás colega? Mira esta tarde he visto a Rafa y a Lorenzo y hemos quedado para el domingo que viene, aprovechando que es la final de la Liga. Ya sabes como en los viejos tiempos palomitas… birritas ¿Te hace colega?

¿Qué si me hacía?, instintivamente mis ojos miraron el calendario de mesa y respiré aliviado ¡Si, si, y si el próximo domingo era uno de los contados domingos que no abrían los putos centros comerciales! 

— Claro, Nacho, tronco, contad conmigo. Nos vemos el domingo.

Feliz como una perdiz puse los pies sobre la mesa de centro y respiré hondo. Aquella cita me había reanimado.

— Quique cielito era mamá, hemos quedado el domingo que viene para comer con ellos y pasar el día.

—Pero Nati, amor, me acaba de llamar Nacho y he quedado para ver el partido con ellos, me apetece un montón, hace siglos que no les veo.

— ¡Ni hablar!, ¡vamos no pensarás hacer el feo a mi madre por esa panda de impresentables de tus amigotes! Con lo que ella te quiere, la pobre se llevaría un disgusto de muerte. Además quiere aprovechar el momento para que empecemos a pensar en fechas para la boda. Ya sabes que luego en la iglesia te ponen pegas y casi nunca te dejan elegir, y en cuanto la tengamos, hay empezar a buscar restaurantes, que también se ponen imposibles, y el vestido, tu traje… en fin que estos meses no vamos a parar. A mamá la gustaría que fuese el próximo otoño, ¡es que es una estación tan romántica! Voy a hacer algo de cena, con algo ligerito nos vale que yo me he puesto morada de sushi, no tengo nada de hambre y estoy agotada.

¿Boda? ¿Restaurantes? ¿Trajes? Otra vez me comenzó a rondar el mal cuerpo, bueno sí,
alguna vez habría que pasar por todo aquello… pero ¿ya? ¿tan pronto? No sabía aún si estaba preparado para eso. En aquel momento me vino a la mente el recuerdo de la boda de mi hermano Prudencio, evocar aquellos momentos y todas sus peripecias previas al enlace me dio escalofríos. Un impulso incontrolable me hizo coger el teléfono de nuevo.

— Hola mamá.

— Hola hijo ¿Qué tal estás?

— Bien mamá, sólo llamaba para pedirte un favor. Dime que no vas a desmantelar mi habitación para hacer un gimnasio para papá o algo así.

— ¿Un gimnasio para tu padre? Pero hijo que dices ¿estás bien?

— Si mamá estoy muy bien. Te quiero.

Sin más explicaciones colgué el teléfono. Aquella llamada fue como si me hubiese tomado dos litros de tila. Mi cabeza matemática había vuelto a hacer cálculos pero esta vez, para variar, no tenían nada que ver con los malditos euros. Terminaba de decidir que mis días de calzonazos estaban contados y mis felices y familiares domingos, también.

FIN