Bienvenidos a este rincón donde compartir pequeñas historias.

domingo, 31 de julio de 2011

EL DESVÁN DE LOS TRASTOS


Hace tiempo leí en algún sitio aunque no puedo recordar donde —o quizá no lo leí, simplemente fue producto de mi imaginación o de algún pensamiento o sueño inconsciente, y por ello quiero atribuirlo a alguien anónimo— que en cada lugar habitamos o visitamos durante largas temporadas dejamos un pedazo de nuestra vida.

En mi supina ignorancia siempre pensé que eso era una soberana tontería, la vida se vive, no se va dejando por ahí como quien va arrojando serpentinas o miguitas de pan. Es un concepto abstracto que no se puede tocar, sólo sentir, como todo lo inmaterial.

Todo lo contrario que los objetos materiales que utilizamos, palpamos y cuando no nos sirven los tiramos o los regalamos, tal y como esta filosofía moderna del consumismo nos ha enseñado, sin darnos cuenta, que con ellos también va impreso algo de nosotros mismos.

Yo, cómo tantos y tantos de mi generación, basé mi vida en estas premisas para mí eran normales y lógicas. Lo pasado, pasado está, y lo que ya no me sirve, a la papelera. 

Sin embargo, hace unos días mi teoría tan bien elaborada durante años se fue al traste cuando volví a pasear por el barrio que sirvió de escenario para la vida de varios de mis antepasados. Volví a ver la travesía donde vivieron mis bisabuelos y mis abuelos. Volví a pasear por la cercana calle donde nacieron y se criaron mis tíos y mi padre. Volví a ver su casa, la casa donde yo también pasé tantos ratos. Volví a evocar con total nitidez muchas cosas que creía olvidadas de mi más recóndita niñez, incluso pude recordar con claridad asombrosa algunas de las anécdotas que me contaron y que yo jamás viví, hasta el punto de que me pareció ver a mi abuelo pasear nervioso calle arriba, calle abajo, cada vez que iba a ser padre de nuevo. 

No pude reprimirme y me acerqué al portal, a pesar de los años transcurridos, era la misma puerta que tantos disgustos le costó a mi tío con el resto de la comunidad de vecinos; ahí estaba, con algunos arañazos más, pero igual de recia y sólida que el día que la instalaron. Al principio me sentí ridículo y fuera de lugar, pero esa sensación duró pocos minutos, casi de inmediato una voz interna me dijo   que aquel lugar en cierta forma me pertenecía  —si no en el sentido material de la palabra, sí en el sentimental— tanto como a sus actuales propietarios. Comprendí por qué durante muchos siglos las mismas casas eran habitadas por varias generaciones que, a la vez, heredaban los mismos objetos. Y finalmente entendí por qué el “desván de los trastos” —como le llamábamos los pequeños de la casa— fue siempre tan importante para mi abuela.

FIN

jueves, 28 de julio de 2011

BIENVENIDO A LA VIDA


A pesar de llevar cuatro años casada, Carmen aún seguía viviendo en casa de sus padres sita en La Ribera de Curtidores, en pleno corazón de Madrid. El inmueble era lo suficientemente grande para que en él pudieran vivir holgadamente tres matrimonios, sus padres, su hermano y su esposa, y su marido y ella, junto a los dos pequeños con los que ambos matrimonios habían sido bendecidos. Incluso tendrían suficiente espacio para el nuevo miembro familiar que esperaban, ya que Carmen estaba en su séptimo mes de embarazo.

Esa mañana de un tórrido día de finales de julio, la familia estaba reunida en la mesa del comedor desayunando —a excepción de los hombres más jóvenes de la casa que lo hacían mucho antes, ya que tenían que ir a trabajar— el resto las mujeres y don Antonio —que ya hacía un par de años que había dejado el negocio en manos de su hijo— lo hacían algo más tarde para dar tiempo a que las dos jóvenes atendiesen a sus respectivos retoños. Carmen, como siempre, nada más sentarse en la mesa y ante el disgusto de su madre, cogió el ABC —desde que en 1905 ese diario que empezó siendo una revista tuvo tirada diaria, nunca había faltado de su casa— doña Amparo no pudo resistirse y recriminó a su hija.

— ¡Carmen por Dios, suelta ya el diario y ponte a desayunar ya de una vez que el café se te va a quedar frío!

— Lo dudo mucho madre, con este calor no creo que nada se quede frío.

— Hoy más de lo mismo, alguna notita de sociedad, las necrológicas que cuanto más viejo me hago me deprimen más y las noticias taurinas. Nada de cómo van las cosas en Europa, y mira que eso de matar al heredero de una de las potencias más europea más fuerte ha sido “moco de pavo”, aunque eso lo hayan hecho en esa ciudad... Sarajevo y en ese país que casi nadie conoce  —comentó don Antonio.

— Serbia, padre, el país es Serbia y o se extrañe, aquí somos como somos y parece que lo que pase fuera de nuestras fronteras no tiene ninguna importancia, y el asunto es demasiado grave para pasarlo por alto, las cosas están muy tensas. Pero que nos van a contar,  nos lo dirán tarde y mal. Eso sí la faena del Gallo es sagrada y hay que enterarse de todos los pormenores. 

— ¡Os tengo dicho que en la mesa no se habla de política! ¡Antonio por Dios, no des alas a la niña que ya sabes lo que le gusta meter baza en estas cosas! ¡Yo no sé esta chica a quien habrá salido, no hay forma de que entienda que estos asuntos son cosas de hombres! ¡Hija, por Dios, criticar un periódico tan serio! La culpa de todo la tienen esos panfletos izquierdistas que trae tu marido  —dijo doña Amparo mirando a su hija severamente.

— Agustín dice que al final habrá guerra —siguió Carmen haciendo caso omiso a su madre.

— ¡Acabáramos! ¡Lo que nos faltaba! Mira hija, no tengo nada en contra de tu marido, de hecho, fuimos nosotros mismos quienes propiciamos tu matrimonio. Agustín es un hombre justo, cabal, trabajador y honrado. Pero no sé yo si esas amistades suyas socialistas o como se llamen le harán bien, estoy de ese Pablo Iglesias hasta la coronilla, han matado a un heredero sí y qué, ¡será por herederos! La política no trae nada bueno, mira Antoñito y Sofía lo tranquilos que está sin esas zarandajas ¿verdad hija?

— ¡Y que usted lo diga madre! A nosotros no nos hace falta liarnos en esas cosas, bastante tiene ya el pobre Antonio con la empresa y yo con cuidar a Fermín ya tengo bastante —comentó la nuera, mirando con retintín a su cuñada.

— Hija, será mejor que desayunemos en paz, que si no a tu madre se la van a atragantar los churros —dijo don Antonio lanzando un guiño de complicidad a su hija.

Carmen dejó el periódico y se dispuso a desayunar, una súbita molestia en los riñones a la vez que una sensación de como si algo se hubiese rasgado en su interior y una repentina sensación de humedad entre las piernas, le hizo soltar la taza de golpe. 

— ¡Ay, madre, que me parece que he roto aguas! 

— No puede ser, ¿no será el sudor? Hoy hace un calor bochornoso, ¡Jesús! Y no son aún ni las nueve de la mañana, hoy a las tres de la tarde no va a haber nadie que lo aguante. Este verano está siendo criminal. Hija, ¡¿como vas a romper aguas si aún te faltan dos meses para dar a luz?!

— ¡Que no, madre, que no es el sudor! ¡Si lo sabré yo! Que estas punzadas que me dan en la espalda no tienen nada que ver con sofocos ni con calores estivales, vamos, que hace tan sólo dos años que me vi en la misma situación, y no se me ha olvidado todavía.

— Bueno, pues yo me llevo a los niños a casa de mi hermana ¿vale? Así será todo más sencillo, un parto, y con dos niños pequeños trasteando por aquí, va a ser muy engorroso —dijo Sofía, y sin perder un minuto, se fue a recoger a los niños y a arreglarse para irse.

— Ésta siempre escurriendo el bulto cuando más se la necesita —dijo Carmen ahogando un quejido.

— No hija, es que la pobre lo pasó tan mal con el parto de Fermín que se ha puesto nerviosa. Pero… ¡válgame Dios!, ¡Virgen de los Desamparados! —doña Amparo era valenciana, y a pesar de llevar en Madrid desde que se casó, hacía ya más de treinta años, y la devoción era la devoción, y su virgen, su virgen.

— Voy a llamar al médico —dijo don Antonio mientras cogía su sombrero del perchero de la entrada.

— Mejor una comadrona Antonio, que de esto las mujeres sabemos más —dijo su mujer presa de un ataque de nervios.

— Mujer, que es un parto prematuro, digo yo que en estos casos el médico nunca estará de más.

— Bueno, como quieras, trae también a un médico, pero que sea don Eusebio, que a ése al menos le conocemos, y tienes razón, no estará de más, pero que venga también la comadrona, que no me fío. ¡Virgencita de los Desamparados!, ¡Qué todo salga bien! ¡Una criatura prematura! 

— Bueno madre, déjese de nervios ahora. Padre, cuando dé el aviso al médico y a la comadrona ya de paso vaya a avisar a Agustín de que va a ser padre de nuevo ¡ayyyyy! ¡puf, puf, puf!

El primero en llegar fue don Eusebio, el médico, que rápidamente se puso manos a la obra, bueno, más bien a mantener ocupada a doña Amparo haciéndola hervir agua, y sacar trapos limpios, ya que de momento no podía hacer otra cosa. El parto tendría que seguir su curso, así que el buen hombre se sentó junto a la parturienta periódico en mano. El ABC de la mañana que había visto sobre la mesa del desayuno aún puesta. Con los nervios del momento nadie se había dado cuenta de que los churros se habían puesto duros como si estuviesen hechos de cemento.

— ¡Vaya, vaya! Ni una sola novedad sobre el asesinato del archiduque Franciso Fernando, no sé, no sé no creo que las cosas en Europa estén tan tranquilas cómo para que no haya alguna noticia, seguro que las altas esferas traman algo, no creo que este hecho pase como si nada —comentó don Eusebio.

— Y tanto, sí señor, yo creo que al final esto va a estallar por algún lado, las potencias europeas están divididas, han firmado algunos tratados entre ellos y las cosas están muy repartidas, yo creo que entre Alemania y Francia aún o se han saldado las rencillas de las última guerra Franco-Prusiana. ¡Ayyyy! ¡puf, puf, puf!

El doctor miró a Carmen extrañado, no era nada usual que una mujer, tan joven, y además pariendo tuviese esos conocimientos histórico-políticos.

— A ver jovencita, yo creo que ahora una guerra sería impensable. No creo que matar al heredero de una nación sea tan importante como para generar un conflicto armado. ¡Será por herederos! Serbia es un país pequeño, no creo que la todopoderosa Austria se rebaje a un enfrentamiento con ellos.

— ¡Puf, puf, puf! ¡Menos mal, esta contracción ha sido más floja! Pues yo no lo veo así. Mire doctor, precisamente la todopoderosa Austria dará ese paso. Hay varios factores, primero esa potencia está en plena caída libre. El Imperio Austriaco ya no es lo que era, ha perdido muchos territorios, así que de alguna forma tendrá que reafirmar su poder; y segundo y más importante, Francisco José ya no es el dictador que fue hace unos años, y si hay algo más peligroso que un tirano es un viejo chocho que, a parte de perder su imperio poco a poco, ha sufrido en poco tiempo la pérdida de su mujer a manos de un anarquista, y de su hijo, también en extrañas circunstancias. Ahora, lo que le faltaba, un revolucionario, se supone que serbio, atenta y asesina a su sobrino. Esto tiene muy mala pinta.

— Nada que la diplomacia no pueda solucionar, mi querida joven.

— La diplomacia en esto no tiene nada que hacer, porque a parte de lo del asesinato del heredero, hay algo más importante; los Balcanes, esa zona es muy golosa, además que necesaria para Rusia, ya que es su paso comercial al Mediterráneo. Austria tiene dominio sobre esa zona, Rusia sin embargo sólo tiene el apoyo que le brinda Serbia, así que la guerra sería una buena baza para los rusos que verían la forma de incrementar su dominio en esa zona. Y le recuerdo que Rusia, hoy por hoy, cuenta con el mayor ejército de Europa y quizá del mundo. Luego están los aliados, Francia y Rusia están a partir un piñón; al igual que austriacos y alemanes que son casi primos hermanos. Si Rusia declara la guerra a Austria, lógicamente los franceses les apoyarán con la excusa de detener a los alemanes, a quienes se la tienen jurada aún. ¡Ayyyy! ¡puf, puf, puf! Ésta si que ha sido fuerte.

Doña Amparo y la comadrona miraban la escena consternadas, la primera no hacía más que persignarse y comentar por lo bajo, aunque eso no era impedimento para que la comadrona no la escuchase: “Si ya decía yo que leer tanto no podía ser bueno, ¡Dios mío! Que rara me ha salido la niña, y no será porque no se ha llevado capones cada vez que la veía leer libros a escondidas”

— Hombre visto así, tiene su lógica. A ver Carmen, que ya es hora de empujar de veras, ya empiezo a ver la cabeza. Señora Asunción, vigíleme a la parturienta un segundo voy a lavarme las manos.

— Y queda por ver que hace Inglaterra, ya se sabe que esos son un poco extraños, con eso de vivir en una isla; además andan revueltos con las revueltas en Irlanda, pero entrarán, será una forma de distraer y tratar de encubrir su propia situación y sin duda se pondrán del lado de los franceses y de los rusos, menos mal que nosotros no tenemos nada firmado con nadie ¡Uhmmmmmmmm! —contestó aún Carmen antes de empujar.

— ¡Dios mío, hija! ¡Deja ya la política que estás pariendo! 

— ¡Ya viene, ya viene! —gritó la señora Asunción.

— Bien, ya tiene la cabeza y parte de los hombros fuera. Ahora un pequeño giro, y ya le tengo. ¡Carmen, enhorabuena, has sido madre de otro chico! —dijo don Eusebio— mientras el pequeño rompía a llorar con fuerza.

Mientras el doctor terminaba de atender a la madre, la comadrona aseaba al niño, que después, pasó una pequeña revisión por parte del médico. Finalizado todo el proceso, le entregó el niño a Carmen, que ya estaba bastante repuesta dentro de lo que cabe, al fin y al cabo, el parto no había sido demasiado malo.

— Aquí lo tienes, completo y totalmente sano. Es un niño muy hermoso, algo que no es corriente entre los niños prematuros.

Doña Amparo no cabía de satisfacción.

— Otro chico, lo malo es que yo tenía la lista de nombres de niña, tenía la ilusión que esta vez iba a ser una pequeñina, que ya va haciendo falta en esta casa. Ahora, ¿cómo le vamos a llamar?

— Quiero que se llame Alfonso —dijo Carmen.

— Que bonito hija, como nuestro venerado monarca.

— Quite madre, que en lo que menos pienso ahora es en nuestro monarca, es que ese nombre me gusta simplemente.

— Hija, ya estás con tus rarezas, si es que entre tu marido y tú me vais a matar a disgustos. 

— Bueno ya he terminado aquí, si hubiese cualquier contratiempo no duden en avisarme a cualquier hora. Ha sido un placer atender a una joven tan inteligente y tan instruida.

— ¡Gracias por todo don Eusebio! Y recuerde la clave está en los Balcanes, y seguro que este no será ni el primer ni el último sobresalto que nos da esa zona —dijo Carmen.

— Lo tendré en cuenta Carmen, buenas noches a todos —dijo don Eusebio guiñando un ojo a su paciente.

— Desde luego hija, este niño es una ricura, una preciosidad, para comérsele, ahora que lo pienso menos mal que ya llevas cuatro años casada y es el segundo que tienes, si esto te llega a pasar con Agustinito no quiero ni pensar la comidilla que hubiesen tenido las vecinas.

Carmen sonrió contemplando a su hijo, aquel 22 de julio de 1914 había sido especial para ella, no importaba lo que pasase, ni siquiera importó que pocos días más tarde  estallase la guerra más sangrienta que había conocido la humanidad hasta el momento, y que los periódicos —ahora si— diesen información. Tan sólo sabía que en esos momentos a su madre sólo se le ocurría pensar en algo tan trivial como en los comentarios de las vecinas si el nacimiento de su hijo hubiese ocurrido bajo otras circunstancias; pero ante todo pensaba en su hijo que dormía plácidamente en sus brazos. Carmen se convenció que sucediese lo que sucediese, había una ley que no fallaría nunca. En la guerra o en la paz, con frío o calor; bajo cualquier circunstancia, la vida siempre se abriría paso con su fuerza arrolladora.

FIN

domingo, 24 de julio de 2011

CUERPO TRANSPARENTE


¡Chispas! Escuchar ese ruido sordo tan cerca de mí despierta de nuevo el mismo sentimiento de placer derramado. Sé que en breve me volverán a vestir de rojo pasión, y que unos labios suaves y carnosos rozarán mis finos bordes. Presiento que mi cuerpo transparente despertará regocijo y abrirá nuevos mundos de sabores y aromas.

Sabor a fruta recién recolectada, aroma a madera de sándalo. Tu mano en mi cuerpo saboreando lentamente el tibio néctar, la brisa marina de la playa cercana revolotea a nuestro alrededor meciendo las hojas de las palmeras.

Y mientras posas tus labios en mi fino borde transparente la música suena inundando el espacio de sonidos  relajantes y cálidos, envolviendo el ambiente propicio para paladear cada sorbo de líquido fruto de la tierra, del sol y del agua que te ofrece esta humilde copa cristalina.

FIN

jueves, 21 de julio de 2011

VERDAD ABSOLUTA


Y allí estaba yo, sentada frente a un grupo de desconocidos que pretendían saber más de mí que yo misma. Las siete personas que ocupaban el estrado me miraban fijamente, de vez en cuando, el más anciano de todos —un hombre completamente calvo, de cabeza pequeña y nariz enorme, de cuya punta ganchuda colgaban unas lentes pequeñas y redondas— se permitía el lujo de cuchichear con el resto.

Yo no podía escuchar lo que decía pero, seguramente, no era nada bueno; la manera inquisitiva de mirarme lo decía todo. Estaba dispuesta a aceptar el castigo que quisiera imponerme aquel consejo de viejos caducos, de mente estática que no eran capaces de renovarse. Estancados en aquellas leyes ancestrales —que algún antepasado remoto grabó en aquella maldita piedra,  y cuyos signos sólo podían descifrar los siete elegidos— mis jueces.

Según ellos yo había vulnerado la ley, una mujer, y además joven, se había atrevido a ignorarles, había pasado de sus “mandamientos” y había utilizado mi magia —según ellos— mis conocimientos según mi propia convicción para intentar descifrar lo que decían aquellos garabatos sin sentido. Y eso no les había gustado nada, era obvio que no querían que nadie pudiese leer aquello, ¿miedo quizá a perder su supremacía sobre el resto? Sí, sin ninguna duda, pude oler el terror que emanaba su piel cuando me vieron junto a la piedra intentando leerla. Les vi aproximarse jadeantes y sudorosos, hasta que sus huesudas y asquerosas manos me aferraron con fuerza y me llevaron a las mazmorras.

Estaba tranquila, en realidad sabía  lo que me esperaba, no sería la primera ni la última a quien le ocurría esto. Era consciente del riesgo que corría enfrentándome a ellos y desafiándoles, de hecho mi abuela y mi madre sufrieron el mismo castigo que yo iba a recibir. 

Sabía que mis ojos serían ofrecidos en sacrificio a aquel Dios de piedra que ellos veneraban, así jamás podría profanar su sagrado texto pétreo. Pero lo que ellos ignoraban era que yo, a diferencia de mis antecesoras,  había sido capaz de descifrar aquel mensaje. Podrían robar mis ojos, pero jamás robarían ni mi alma, ni mi entendimiento. Ahora sabía que todas aquellas leyes radicales eran falsas patrañas para sembrar el miedo y seguir dominando a golpes de ignorancia y temor, marcaría aquellas palabras en lo más profundo de mi mente y de algún modo conseguiría extender su contenido, sólo difundiendo lo que estaba escrito en la piedra sagrada alcanzaríamos la libertad:

“Nunca intentes encontrar verdades absolutas, nadie tiene ese monopolio. El más sabio puede cometer tremendos errores. ¡Maldito aquel que imponga, castigue, maltrate y asesine por defender sus ideas, porque su verdad nunca será la del resto”

FIN

domingo, 17 de julio de 2011

DAMA DEL MAR




Madre y señora,
en los mares dominadora.
Diosa de los alisios,
patrona de los insumisos 
buscadores de otra vida
allende ultramar.

Estrella cegadora
en la noche oscura.
Guía inspiradora
en la tempestad abrumadora.
Brisa fresca que rompe
la calma chicha.

Alma en la lucha eterna
del dominio de lo inesperado.
Caricia aterciopelada
del que se cree olvidado.

Eres la paz y la cordura
que encauza la singladura.

Eres serenidad y alegría
al final de la travesía.

Eres la lágrima esperanzadora,
en los ojos del marinero que llora.

FIN

jueves, 14 de julio de 2011

LA CONSPIRACIÓN DE LOS PERJUROS



Cuatro de los cinco hombres que se habían dado cita en aquella reunión nocturna ya habían llegado. En silencio esperaban al quinto. En su aspecto externo no se notaba ningún síntoma de nerviosismo, al fin y al cabo, aquellos hombres —debido a su profesión y a su rango— estaban acostumbrados a este tipo de situaciones, y sobre todo a tomar decisiones arriesgadas “in extremis”. No en vano, todos tenían una larga trayectoria.

Aquel cuartucho mal iluminado situado en el sótano de unos almacenes— propiedad de un amigo íntimo de uno de los asistentes— estaba lo suficientemente apartado de cualquier núcleo civilizado para darles la protección que su reunión clandestina necesitaba. Ya les había sido difícil poder reunirse, ya que el gobierno actual —por muy inepto que les pareciese a ellos— no eran tontos y tenían ojos y oídos en todas partes. De hecho, presintiendo que algo turbio circulaba por el ambiente, a ellos les habían separado, dándoles lugares de destino lo suficientemente distanciados para evitar que tuviesen un contacto más directo.

La puerta se abrió y ante ellos apareció la figura sobradamente conocida de un hombre delgado y con gafas, vestido con un traje gris y con una cámara fotográfica al cuello. Todos sabían que su colega era un gran aficionado a la fotografía, y esta afición le servía en algunas ocasiones de pretexto para pasear y viajar por ciertos lugares sin despertar sospechas.  

— ¡Buenas noches señores! Disculpen la tardanza, pero no ha sido un viaje nada fácil, desde que esos mal nacidos me mandaron a esa especie de exilio, me es más difícil moverme, he tenido que dar muchas explicaciones, empezando por mi propia familia, y siguiendo por mis subordinados —subordinados que como podrán comprender, no todos son de mi confianza— me ha costado mucho trabajo convencerles de que en este caso no necesitaba escolta. Y aún es pronto para que la gente de mi círculo de confianza sepa demasiados detalles de lo que nos traemos entre manos.

— Muy prudente su actitud mi ge… —el hombre bajo y grueso que comenzó a hablar, se vio interrumpido.

— ¡Phssssss! Quedamos en que nada de cargos ni de nombres ¿entendido? Si algo de esto sale a la luz antes de tiempo todos estaremos perdidos, y yo, como ya saben, ya estoy muy vigilado. El ministro me tiene entre ceja y ceja, sabe que soy uno de sus más fieles opositores —cortó el hombre de las gafas.

— Usted es un héroe y un auténtico patriota. El único que puede salvar este país del caos y la indolencia a los que le están sometiendo ese puñados de ineptos con sus ideas liberales de igualdad para todos, libertad, justicia, modernidad y demás pamplinas. Esas cosas están en lucha con el orden natural de las cosas, con esa ley divina que nos marca las pautas a seguir para no desviarnos del camino adecuado. Y lo que está sucediendo señores, transgrede todo lo que hasta ahora hemos conocido —volvió a hablar el hombre bajo.

— Usted lo ha dicho, lo que estamos viviendo es la anarquía total y eso además de ir contra el orden civil establecido, atenta contra la moralidad y la ley de Dios —apuntó otro de los hombres que a pesar de vestir de paisano como el resto de sus compañeros, lucía en su dedo anular un anillo que le delataba como jerarca de la Iglesia.

El hombre de las gafas retomó la palabra.

— Bueno señores, vamos a lo importante, la reunión debe ser breve y tenemos que aprovechar las horas más oscuras y más tranquilas de la noche. ¿Han estudiado el plan de acción cifrado que les hice llegar por los cauces secretos que pactamos en la reunión anterior?

Todos asintieron en silencio. El hombre bajo habló de nuevo.

— Yo estoy de acuerdo con todo lo expuesto, me parece un plan inteligente; mi papel en todo esto sin duda va a ser crucial, y también veo que va a ser la más delicada, tengo que atravesar el estrecho y para ello debo disponer de un buen material de intendencia, pero creo que me será fácil. En mi nuevo destino, por lo alejado, poco factible y aparatoso que resulta moverse a través del mar, tengo más libertad, nadie esperaría una movilización por ese lado. Además, allí cuento con muchos colegas que me son completamente leales.

— También contaba yo con eso, su misión es vital para el éxito. Y recuerden todos que lo más importante es la buena coordinación, si cada uno sabemos hacer lo que nos toca, todo será mucho más rápido y más limpio. Nuestra asonada no debería durar más de una semana, al fin y al cabo, nosotros contamos con los medios precisos. El día 18 de julio pondremos en marcha nuestro objetivo. Es básico que ninguno de los presentes repita esta fecha a nadie, ni siquiera a la persona en quien más confíen. No olviden que a partir de hoy estamos fuera de la ley establecida, que seremos perjuros y renegaremos y traicionaremos nuestro anterior juramento, pero tampoco olviden que la razón está de nuestro lado.

Los cinco hombres firmaron aquel pacto con un apretón de manos. Un pacto que ponía en sus manos el futuro no sólo de miles de jóvenes que se vieron implicados directamente, también de hombres, mujeres, ancianos y niños que se verían afectadas por su acción abriendo una de las páginas más negras y sangrientas de la Historia de un país.

FIN

domingo, 10 de julio de 2011

LA ESTRELLA DEL NORTE


Todo había cambiado aquella noche de hacía ya casi un año. La vida de Nicolás había dado un giro de 360º, cuando, en plena noche, abrió los ojos y sintió ruidos en la alcoba de su madre situada junto a la de él. ¿Se encontraría mal? Se levantó de su catre y se acercó a la puerta, la sorpresa fue mayúscula. Allí, entre las sábanas, su madre yacía junto a un hombre. Bajo la luz plena de la luna que entraba a través del cristal, el muchacho pudo ver su rostro. Quien se refocilaba con su madre era ni más ni menos que su señor, el amo de aquellas tierras y, para quien tanto él como su madre trabajaban.

Sorprendido y aún pensando que todo había sido un mal sueño, el muchacho volvió a su catre ya sin poder dormir. Unas horas más tarde, sus dudas quedaron despejadas cuando vio salir a su señor de puntillas. Nicolás fingió dormir, mientras la amargura subía por su garganta.

— ¡Vamos perezoso, ya es hora de levantarse, y hoy tenemos mucha tarea! —gritó su madre un rato después.

El muchacho se puso la camisa y los calzones de trabajo, sus ojos sombreados de púrpura delataban la mala noche pasada.

— Madre, ¿desde cuándo te acuestas con el amo? —soltó a  bocajarro.

Águeda se quedó estupefacta, no se esperaba aquello, pero ahora se daba cuenta que sus recelos tenían fundamento. No en vano llevaba meses pidiendo a su señor que trasladase al muchacho a dormir a otro lugar, ya no era tan niño, y cualquier día podría sorprenderles. Y sus temores no eran infundados, en sus planes ya iba maquinando la forma de decírselo a su hijo, pero al final el chico se había enterado de la peor manera posible.

— Eso a ti no te incumbe, ¡que sabrás tú por lo que tiene que pasar una mujer sola en la vida para buscarse el sustento!

— A mí no me interesa lo que hagan otras mujeres, se lo estoy preguntando a usted, a la mujer que me trajo al mundo. ¿Ya no se acuerda de mi padre?, ¿olvidó que un día le amó?, ¿olvidó que él se jugó la vida y marchó a un viaje lleno de peligros para intentar mejorar nuestra situación?, cuando padre regrese, porque va a regresar, lo sé, aunque no escriba, aunque no sepamos nada de él en tantos años, tengo un presentimiento y no me engaño ¿Qué hará usted madre?

— ¡Maldigo tu presentimiento! ¿Qué presentimientos ni que historias, niño? Esas cosas tan inspiradas de las que hablas no existen ¿me oyes?, los pobres tenemos que ser prácticos y vivir el día a día. Los sueños nada más que están pensados para los ricos. Que mal hice dejando que fueses a la escuela, ese don Benito, ese cura de los demonios te ha llenado la cabeza de pájaros.

— Los sueños son de todos madre, y yo me apiado de quien no los tenga. Pero es mucho más sencillo convertirse en la barragana del amo ¿verdad? —Estas palabras salidas de su boca sin pensar le escocieron más que el sonoro bofetón que le propinó su madre.

— ¡No te atrevas a juzgame, condenado crío! No se te vuelva a ocurrir. No eres quien para hacerlo, al fin y al cabo, tú fuiste la causa de mi desgracia.

El rostro de la mujer se había convertido en granito, como si fuera una máscara de piedra, con dos resquicios —sus ojos—  que despedían fuego.

— Bien madre, pues si sólo soy su desgracia no me tendrá que soportar más, me iré de esta casa. Seguiré los pasos de mi padre, con un poco de suerte podré encontrarle. Las Indias son muy grandes, lo sé, pero nada es imposible para quién desea conseguir algo.

Nicolás se sentía abrumado por la tristeza, conocía a su madre, sabía que era una mujer arisca y dura, nunca había sido cariñosa con él, ni siquiera en su infancia recordaba una caricia una muestra de ternura; ella se limitaba a darle de comer, como el granjero que da de comer a sus animales porque es su trabajo, pero en cuanto el muchacho creció lo suficiente y pudo valerse por sí mismo, ella se desentendió, sus conversaciones eran escasas y sé limitaban a despertarle por la mañana y mandarle a la cama por la noche. Al muchacho le dolía ver cómo a sus amigos sus madres les trataban con cariño y les daban esa atención que el añoraba. Todo aquello le hizo acercarse más a ese padre que nunca conoció, ese hombre valiente que dibujaba en su imaginación y que partió a buscar fortuna a los pocos meses de nacer él.

— ¿Qué padre?, ¿a quién vas a buscar?, eres inteligente Nicolasillo, avispado como un zorro. Sí, esa cualidad tuya es quizá la única que me ha llenado de orgullo, porque es lo único que has heredado de mí. Pero ahora me estoy planteando que no eres tan listo como yo pensaba —las palabras de la mujer destilaban veneno.

Nicolás empezó a notar que una sombra negra, la sombra de la duda comenzaba a aplastarle como si se tratase de un vulgar insecto.

— Quiere decir… quiere decir que mi padre… ese padre del que tanto me habló siendo niño...

— Tú padre no está en Las Indias, no viajó en ninguna expedición para ganar honores y fortuna, nunca vendrá a buscarnos. Tu padre está aquí.

— ¿Mi padre es el amo? —preguntó el muchacho con una extraña mezcla de curiosidad y miedo en su voz.

— Sí, tu padre no es un aventurero, tu padre es el hidalgo dueño de estas tierras. Cuando tus abuelos me cambiaron por dos gallinas y un puñado de monedas de oro ¿qué iba a hacer? Otras hubiesen llorado, hubiesen maldecido el día que nacieron. Yo no, yo vi la luz, nacer en la pobreza no estaba hecho para mí, no estaba en mi mente pasar hambre. El día que salí de la mísera casa de mis padres comprendí que era mi oportunidad, yo era joven y hermosa, muy hermosa. No me costó ningún esfuerzo que el amo se fijara en mí.

Nicolás comprendió de sopetón muchas cosas, comprendió los cuchicheos del resto del servicio, entendió porque cuando bajaba al pueblo la gente le miraba de forma extraña y parecía señalarle, y sobre todo, vislumbró el motivo de ese trato de favor del que gozaba su madre, que tenía su propio dormitorio y dormía en cama, en lugar del catre en el que dormía el resto de la servidumbre.

— Me ha engañado todo este tiempo.

— Eras un niño, de que hubiese servido contarte la verdad.

— Hubiese sido mucho mejor, ¿sabe la cantidad de veces que soñé con la vuelta de mi padre?, ¿sabe cuantas veces miraba el camino y creía ver la figura de un hombre que se acercaba a mí sonriendo y me alzaba en brazos diciéndome: “Hola hijo mío” No, usted no lo sabe porque jamás ha sentido como una madre, al fin y al cabo, yo fui sólo su desgracia o un accidente fortuito.

— Sí, fuiste un accidente, ¿sabes la carga tan pesada que he tenido que soportar apechugando toda mi vida con un mocoso? yo no pensé en tener hijos, siempre tomé mis precauciones, pero cuando me dí cuenta de que te llevaba en mi vientre ya era tarde para poner remedio, durante tu embarazo no me faltó la regla. Pero ahora es distinto hijo, tú eres la llave para que podamos ser los dueños de todo esto. El amo no tiene hijos legítimos, ya es viejo y tú, Nicolasillo, eres suficientemente inteligente para ganarte su confianza y así conseguir adueñarte de lo que te pertenece.

Nicolás miraba a su madre sin reconocerla, estaba descubriendo en ella no sólo el ser carente de amor que siempre había sido; estaba viendo como se iba transformando en una alimaña a quien sólo le interesaba sacar ventaja a las situaciones utilizando hasta a su propio hijo para lograrlo. No era su amor de madre quien hablaba en ese momento, eran las ganas de satisfacer su propia ambición.

— No madre, que puedo esperar nada de un padre del que no he recibido otra cosa que órdenes, con usted ha tenido condescendencia porque al fin y al cabo, le calentaba la cama, pero a mí sólo me ha tratado como un vulgar criado, jamás salió de su boca una palabra amable, ni una sonrisa. No recuerdo un gesto suyo que delatase su cariño por mí, ni siquiera un guiñó de complacencia o un halago cuando hacía algo bien, cosa que sí hacía con otros muchachos del servicio. Lo único que tengo que agradecerle es la moneda extra que me daba cada vez que me mandaba lustrarle las botas. Soy un bastardo y los bastardos no heredan, siempre habrá algún pariente lejano que reclame lo que es suyo. Prefiero ir tras los pasos de un padre imaginario, que mendigar la paternidad al verdadero.

— Las mujeres tenemos armas que aún desconoces, yo le convenceré, verás que con un poco de paciencia te reconocerá como hijo,  y si mis artes no lograran convencerle hay otros métodos, la gente adinerada y más los que presumen de su linaje  —como es el caso de tu padre— cuando se ven al borde de la muerte se vuelven sensibleros, sé de más de uno que a punto de morir ha llamado al notario antes que al cura y han modificado, han firmado papeles y han cambiado el testamento. Es eso ellos llaman el orgullo de estirpe, siempre es mejor que herede el hijo que lleva su sangre directa que un sobrino o un primo.

Lo que vio en los ojos de su madre no le gustó, la suerte estaba decidida y nadie le impediría cumplir su destino.

— No, madre, guarde sus armas para usted, yo no necesito nada de él ni de nadie. Mañana me marcho de aquí. Partiré a Sevilla y trataré de embarcarme en algún galeón que parta hacía las Indias. Hablaré con don Benito, sé que tiene un pariente bien situado en la Casa de la Contratación. Tengo unos ahorros para comenzar a forjarme mi propio camino. Sé que puedo iniciar una nueva vida lejos de aquí.

No hubo tristeza en la despedida de madre e hijo. Ni un rastro de pena cruzó el semblante de Águeda, Nicolás sólo vio vacío en la mirada de la mujer que le engendró. El vacío que deja la desilusión y la decepción de los sueños no cumplidos.

El camino no había sido fácil.  Muy de mañana Nicolás partió por la Vía de la Plata, la antigua calzada romana, que ahora servía de ruta a los peregrinos que se dirigían a  Santiago. Él tomó la ruta inversa, el camino del sur y dejó su Mérida natal para embarcarse en un viaje, que sabía, era sin retorno.

Una vez en Sevilla todo fue mucho más fácil, no le fue complicado dar con el pariente de don Benito, y allí, tras unos meses de aprendizaje básico sobre navegación, consiguió un pasaje en la flota que realizaría la ruta comercial anual al Nuevo Mundo.


“El Peregrino” aquel hermoso galeón —la nave capitana de la flota de Indias— había dejado hacía unas horas el Estrecho de Gibraltar, ya en mar abierto, tomó el rumbo que le llevaría a la primera escala el Pto. de la Cruz. La singladura, según indicó el piloto de la nave, se había iniciado con vientos de popa favorables, lo que siempre era una buena señal.

En la proa del buque, un muchacho contemplaba la inmensidad de la noche cerrada sobre el océano, contemplaba la estrella del norte, la guía de los marinos en su difícil viaje. La estrella que él había adoptado como suya. La estrella de la que no se apartaría jamás. Había olvidado tantas cosas, ya no se sentía capaz de juzgar los actos de nadie. Lo único que aún le punzaba el alma era la cruel mentira, pero sintiendo la fresca brisa salada en su cara hasta ese dolor se iba mitigando, mientras, el muchacho —que ahora sí— se había convertido en un hombre, veía como los restos de su niñez se iban quedando rezagados y diluidos tras la estela que iba dejando a su paso “El Peregrino”

FIN

jueves, 7 de julio de 2011

PACÍFICA OPOSICIÓN (el Riau-Riau)



La indignación de Ignacio crecía por momentos. Tenían los Sanfermines ahí, a la vuelta de la esquina, y la rabia le corroía al pensar en aquella panda de Isabelinos que iban a desfilar con todos los honores, cual cortejo real, desde el Ayuntamiento, y atravesando la calle Mayor, hasta la Iglesia de San Lorenzo, para presidir el acto religioso del inicio de las fiestas y de la feria.

Y no es que Ignacio fuese un fanático de sus ideales, pero le repateaba que aquel atajo de traidores se pavoneasen por toda la ciudad.  Tanto su lógica como sus sentimientos  estaban de acuerdo y le  decían que todo aquello era una pantomima. Su naturaleza razonable y conciliadora con todos en este caso era inflexible y por más que lo pensaba no podía apearse de esta idea. Esa reina era una intrusa, y nadie le haría cambiar de opinión; no es que la buena mujer le hubiese hecho nada, que no era eso, pero no la podía considerar su legítima reina sabiendo, como sabía, de los trapicheos y trampas que había hecho su difunto padre. Aquel rey traidor, que no contento con haber jurado la Constitución de 1812, a la que al poco tiempo traicionó para imponer de nuevo el Absolutismo; tampoco tuvo ningún reparo en desdecirse con la Ley Sálica —Ley que había instaurado Felipe V, impidiendo que las mujeres llegasen al trono si había herederos varones por línea lateral— con la que él no se había mostrado desconforme hasta que fue consciente de que Dios no le concedía un hijo varón y no tuvo ningún pudor en aprobar la Pragmática Sancíón,  para que así su hija mayor, Isabel, pudiese ceñir la corona en lugar de pasar ésta a su tío Carlos, hermano menor del rey. Que a Ignacio eso le daba igual, vamos, que no le importaba  que  fuese hombre o mujer quien ciñese la corona: pero las trampas no… los chanchullos y los engaños de los poderosos para seguir manteniendo la supremacía, no los soportaba.

Y ahora esa panda de lechuguinos, en unos pocos días, saldría a la calle con todos los honores a celebrar la fiesta grande, y de paso, a aguársela a él.

A pesar de todo, Ignacio era un tipo honrado y nada agresivo ni violento, bastante sangre se había derramado ya en el país, a cuenta de aquel rey “Deseado” al que tanto vitorearon y por quien tantos nobles patriotas dieron su vida enfrentándose a aquel Napoleón de los cojones, aunque visto lo visto, Ignacio ya pensaba que lo mismo con los franceses la cosa hubiese sido distinta. Él no quería broncas, ni jaleos, ni mucho menos que llegase la sangre al río, pero algo tenía que idear para amargar el momento a aquella panda de botarates, que no tenían otra cosa en la cabeza que pensar en que medallas y que galones les sentaría mejor para presumir de cargos y tronío en aquellos festejos, que —dicho sea de paso—, eran más del pueblo llano que de ellos.

El día 6 de julio amaneció radiante. Los de la Corporación del Ayuntamiento batían palmas, tenían que felicitarse por la genial idea de sus antecesores de cambiar la fecha de las festividades del día 10 de octubre original, al 7 de julio. En pleno verano el buen tiempo estaba asegurado, y con él la feria sería un éxito; los feriantes harían su agosto y eso también les venía bien a ellos, a más recaudación, mayores tributos para sus arcas.

A primeras horas de la tarde, todos lucían sus galas, vestidos de levita y engalanados con sus mejores galas, se encontraban ya en la puerta de la Casa Consistorial dispuestos a enfilar la calle Mayor que les llevaría a su destino en pocos minutos, cuando unas voces comenzaron a corear el vals “La alegría de San Fermín”, una pieza muy popular que había compuesto Miguel Astrain, un músico local, hacía ya varios años en honor al Santo. El grupo que no era muy numeroso, se fue acercando a los miembros del Cabildo y comenzaron a danzar a su alrededor al ritmo de la música, cantando la primera estrofa: 

"A las 4, el 6 de julio
Pamplona gozando va
pasando calles y plazas
las Vísperas a cantar
al glorioso San Fermín
patrón de esta capital
que los pamplonicas aman
con cariño sin igual.”


La Corporación Municipal pensó que, bueno, al fin y al cabo era normal que la gente quisiese rendir tributo a su Santo Patrón, no pasaba nada por esperar unos minutos más. Sorprendentemente, el acto que iniciaron unos pocos prendió la mecha, y otros muchos, tanto los mirones que ya estaban en la calle, cómo otros que, viniendo de otros lugares,  se fueron sumando a ellos, siguieron cantando y bailando rodeándoles e impidiéndoles el paso. La gente estaba tan emocionada y se lo estaba pasando tan bien, que una vez terminado el vals, volvían a comenzar de nuevo y así el trayecto que se suponía de un breve período de tiempo, se alargó por unas horas.

Ignacio cantaba y bailaba feliz junto a sus compañeros, de vez en cuando miraba las malas caras de los engominados del Ayuntamiento y no podía dejar de pensar, que por una vez en la vida, no había más protagonistas que los que eran, y los que debían ser: San Fermín y sus gentes. Sin pensar, sin dar más vueltas a sus ideas, se dejó llevar del entusiasmo popular, y de sus cuerdas vocales, sin perder el ritmo ni la letra de la canción, vibró un potente RIAU-RIAU.

FIN

domingo, 3 de julio de 2011

FUNDIDO EN NEGRO



Praga, la hermosa Praga resplandecía de luz aquel verano de 1883. Un niño nacía, una vida sonriente, para unos padres primerizos e ilusionados. Franz dormía en su cuna. Súbitamente un grito y  el llanto inconsolable de un lactante  rompió el silencio estival, a la vez que una negra sombra se deslizó repentinamente sobre el pequeño cuerpo.

Otro verano, la misma cuna, otro niño… el pequeño Franz mira atentamente, ya no es el centro de atención, su madre sólo se ocupa del pequeño anciano de piel arrugada. Celos, dolor, soledad, abandono. 

Pasan meses, Franz corre a la cuna, está vacía, pregunta; le dicen que su  hermano ya no está, sé convirtió en  un ángel y voló al cielo. Grito, llanto, sombra negra.

Otro año, otro cuerpecillo ocupa la cuna. Franz permanece oculto tras una cortina, no quiere que nadie le vea, se está transformando, le ha salido su primera escama. El recién nacido llora, su madre le acaricia, su padre camina impaciente. Franz sabe que le busca, más castigos, más opresión, más tiranía. Y su madre no le puede ayudar, se ocupa del niño arrugado que ha vuelto a ocupar su lugar, por eso él se tiene que esconder hasta que su piel se cubra de  escamas, hasta que su cabeza se alargue y  de su mandíbula salgan fuertes dientes, un ser que despierte miedo, al que todos teman y de quien se alejen. Tendrá que convertirse en un monstruo para que nadie torture su corazón.

El tiempo pasa, Franz contempla la cuna vacía, ya no pregunta ni habla, sabe que el pequeño cuerpo ha volado al cielo. Grito, llanto, soledad, abandono. La sombra negra avanza, más castigos, más opresión, más tiranía. Y Franz contempla con miedo su piel, no podría soportar que “la metamorfosis” no siguiese su curso. Espera que pase la sombra negra y cuando por fin se atreve a alzar la cabeza en sus ojos brilla la ilusión, hoy le salió una escama nueva.

FIN

NOTA: Un pequeño y humilde homenaje a Franz Kafka, el gran escritor checo autor de "La Metamorfosis" en el día que se conmemora su nacimiento.