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domingo, 12 de junio de 2011

LA PILA MILAGROSA


— ¡Jesús, María y José! ¡La cantidad de gente que hay aquí! A ver niñas, aquí todas a mi lado y que no se me pierda ninguna, que esto no es el pueblo. ¡A ver quién me ayuda a bajar del carro! 

Los dos mozos fortachones que viajaban con las mujeres se prestaron inmediatamente a ayudar a la rolliza mujer.

— ¡Dios bendito!, pues tenía razón la Ezequiela, esto debe dar resultado —comentó.

— Si puedo ayudarles en algo, estoy a su disposición —un cura bastante joven se acercó al grupo.

— ¡Menos mal! Señor cura, seguro que usted nos puede ayudar y mucho. ¿Dónde está la pila?

— Perdón, señora, no la entiendo, ¿la pila? 

— Sí, hombre, la pila. Es que mire usté, la Ezequiela, mi comadre del pueblo, me contó que aquí todos los 13 de junio hay un santo que obra milagros. Y yo necesito uno mu gordo señor cura. Si a la Ezequiela le vino bien con su Tomasita —que dicho sea de paso, es más fea que un horror — pues a mi Puri la tiene que venir bien también.

— ¡Ah! Si, señora, ya comprendo. Usted viene por la tradición de San Antonio y esa fama que tiene de santo casamentero. 

— ¡Ay! Sí señor, necesito un novio para mi Puri lo antes posible. Es la pequeña ¿sabe usté? Cinco hijas me dio el señor. A Dios gracias, las dos mayores ya  están casadas, y bien casadas. Luego tengo estas dos que vienen conmigo, mi Teresa y mi Esperanza, estas no tienen problema que ya tienen novios, una desde hace dos años y la otra desde hace un poco menos;  son estos dos mocetones que vienen con nosotras: el Cipriano y el Juan, pero esta pequeña no tie suerte mire usté, debe ser que me salió un tantico lela, porque de físico se parece bastante a sus hermanas, ¡vamos que una belleza no es, pero tampoco es tan fea como la Tomasa! Y ya ve usté ya está con las amonestaciones y se casa de aquí a dos meses.

El cura miró a las jóvenes y realmente todas eran muy parecidas.

— Y es que mire usté, el problema gordo, gordo, es mi marío, que entre que le han entrado esos aires revolucionarios liberales en el seso —cosas de los amigotes de la tasca, con el alcalde a la cabeza— y que me ha salío medio ateo…

— Señora, será ateo completo, que en estas cosas de la fe o se cree, o no se cree, no hay medias tintas.

— ¡Le digo que medio ateo! ¡A ver si ahora va a conocer mejor a mi marío que yo! Bueno a lo que iba, pues que ahora va y me dice que él no paga bodas, que las niñas se casen por detrás del altar, ¡Jesús bendito! ¡Cipri, las manos quietas que luego van al pan! Este muchacho, siempre hay que estar tras él, mira que nos ha salío sobón, y claro mi Esperancita que no es de piedra, pues eso que tie que estar una to el día de carabina pa arriba y pa  abajo… Bueno, lo que le estaba dicendo, pues eso, que mi marío dice que no paga más bodas. Menos mal que en lo de casarse por detrás de la iglesia, ya le he convencío. Los hombres ya sabemos como son, una vez conseguio lo conseguío, ahí te las apañes; y que Dios me perdone, que usté es hombre pero como si no lo fuera ¡vaya!. Y ya le dije al Atanasio, ¡ni hablar! Si no se firma contrato, aquí no hay himeneo, pues sólo faltaba que nos dejasen preñá a alguna de las niñas, que se escape el maromo y otra boca más.

Así que en eso ya le tengo convencío… pero ¡ay! Que la condición que pone es que si tiene que haber boda, que sea una, es decir que se nos casen las tres a la vez, que así tos arrejuntaos pues se paga una sola vez. Que no está la saca pa celebrar tres bodas separadas… y que ya tenemos bastante con seguir pagando aún las de las mayores. 

— Bueno señora… más que contrato yo diría que el deber sagrado con nuestro Señor, lo que Dios une…

— Edelmira, me llamo Edelmira ¡Cipri, esa mano! Mira que cuando volvamos al pueblo se lo cuento al Atanasio y ya sabes como las gasta mi marío que por na tira de trabuco. Y tú, niña ¿Qué te tengo dicho? Cuando se pase de la raya un buen bofetón. Menos mal que el Juan nos ha salío más tranquilo. Bueno lo que usté quiera que a mi me da igual lo sagrado que sea el vínculo, pero que firmen y se comprometan, eso es lo que quiero. 

— Madre ¿y que tengo que hacer? Mire que todavía me acuerdo de la curandera aquella que me hizo beber esos “yerbajos” que sabían a rayos y me revolvieron las tripas, pero de novio na de na —dijo Puri.

— Pues… ¿no lo sabes ya? Ties que meter la mano en una pila, tal como nos contó la Ezequiela y pedir al santo que te busque marío —contestó su madre.

— Y dentro la pila hay sapos… —dijo Teresa

— Y lagartijas… —siguió Esperanza

— ¡Callaos niñas! No me asustéis a la Puri que ya sabéis que es muy miedosa.

— No señoritas, nada de eso, este es un lugar sagrado y lo único que tiene la pila son alfileres. Es la tradición, que no se sabe muy bien de donde viene, pero cada año esto se llena de modistillas que dejan trece alfileres en la pila, luego meten la mano y cada alfiler que les prenda —eso sí, se tienen que pinchar, que se quede pegado no vale— es un posible marido, y según dicen, al cabo del año la soltera, no sólo encuentra novio, si no que suele terminar en boda.

— ¡Anda! ¿hay que poner los trece alfileres? Pues de eso no tenía idea, ya sabía yo que esto tratándose de la iglesia, gratis, gratis no nos iba a salir… en fin que lo vamos a hacer, todo sea por la causa… ¡Cipri! Acércate a ese puestecillo que creo que ahí los venden, a ver si así te aireas un poco. ¡Tú, Esperanza! aquí conmigo, que a vosotros dos no se os puede dejar solos ni un minuto. Bueno, y a todo esto ¿Dónde está la pila?

— Ahí señora Edelmira, al final de esta fila de gente, hay que guardar vez.

— ¡Ah, no, eso sí que no! Si hay que esperar todo eso no llegamos a casa ni pa la cena de pasao mañana.

— Pues ya dirá usté madre, que vamos a hacer el viaje en balde, que la Puri tiene que encontrar marío a la de ya, que al Cipri y a mí cada vez nos cuesta más contener los ardores, no como a los memos de la Teresa y el Juan que parecen alelaos —dijo Esperanza.

— ¡Oye tú, sin insultar! Que mi Juan y yo somos mu decentes y guardamos las formas no como otros… —contestó Teresa.

— Pues yo no pienso meter la mano ahí que me voy a pinchar —gimoteó Puri.

— De eso se trata, de que te pinches, ¡callaos niñas!, que estoy pensando un plan para poder ahorrarnos la espera. Voy a fingir un desmayo, estad atentas, y cuando veáis que la gente se agolpa a mi alrededor, corréis las tres a la pila y os aseguráis de que ésta meta la mano pero bien al fondo, y que se pinche lo que se tenga que pinchar. A vosotras ni se os ocurra, no sea que el santo haga el efecto contrario, por abusonas, y os quite el novio; que ya sólo nos faltaba eso. 

— ¡Pero, señora, eso es hacer trampas!

— Phsssss usté señor cura mejor calladito, y a hacer caridad cristiana que es lo suyo, que nosotros no venimos de aquí al lao.

Y sí, aprovechando el tumulto, las tres mozas corrieron a la pila de los alfileres y la Puri se pinchó, ¡vaya que si se pinchó! Por la cuenta que les tenía a sus hermanas.


— ¡Ay, señor cura!, ¡Ay, que el santo ya ha hecho el milagro!, ¡mire, mire, un joven se acaba de agachar a recoger el abanico que se le ha caído a mi Puri!, Teresa, tú que eres la mayor y la más seria, acércate a ellos y sonsaca a ese joven toda la información posible… domicilio… posición, sobre todo posición, y de mi parte le invitas a casa a comer el domingo, bueno muchísimo mejor, que nos acompañe parte del camino. Para eso me le traéis aquí  —no estaría bien visto que fuese yo la que me acercase a él— y ya se lo digo yo. ¡Ay, San Antonio bendito, que pa finales de este año, o como muy tarde principios del otro las caso a las tres!

— Bueno señora Edelmira, no le ponga en tal brete al santo, tendrá que dar un tiempo prudencial a que la cosa cuaje —dijo el cura.

— A mí eso ya no me preocupa, el santo me hizo el milagro, del cuajao ya me ocupo yo.

Aquella noche el cura no concilió bien el sueño, le picaba la curiosidad por saber cómo terminaría la boda de las tres mozuelas. Y sobre todo, dudaba de quién tendría más parte en aquel negocio, si San Antonio o la señora Edelmira.


 FIN

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