Bienvenidos a este rincón donde compartir pequeñas historias.

jueves, 31 de marzo de 2011

EL DRAGÓN DE PLATA (final)



- Te voy a contar una historia. Todo lo que dicen aquí sobre mí son bobadas, lo que te voy a relatar es la única verdad. Yo soy china, allí nací y allí me crié. Desciendo de un antiguo linaje real, de hecho, ese anillo es el símbolo de nuestra familia, una joya que ha ido pasando de generación en generación únicamente por línea femenina.

La explicación está en un cuento legendario de mi país. -continuó la señora Lee. -Hace algunos siglos, cuando los mongoles invadieron China, un genio se apareció a una princesa. Este ser maravilloso -que ahora como tantos otros seres de la antigüedad han pasado a ser simples protagonistas de cuentos infantiles- apiadado de ella, bajó a la Tierra y regaló esta sortija a la joven que lloraba amargamente arrodillada en la vereda de un río, mientras contemplaba impotente como su pueblo era aniquilado por los agresores extranjeros. Según la misma leyenda, la princesa -gracias a la sortija- consiguió alertar a sus ejércitos que se encontraban al otro extremo de la región, salvando así su país de las garras de las hordas del sanguinario Atila -que a la cabeza de sus guerreros hunos- arrasó gran parte del mundo conocido hasta ese momento, incluida gran parte de Europa.


Desde entonces, -finalizó la anciana su relato- de una manera u otra, este pequeño pedazo de plata siempre ha protegido a su portadora.

- Pero señora Lee, este anillo le pertenece a usted, yo no puedo tenerlo. Sería mejor que se lo regalase a una hija, o una sobrina, si este precioso objeto tiene esa historia no es justo que lo posea yo, una desconocida -musitó Mila haciendo ademán de quitarse la sortija.

- No, muchacha, no tengo a nadie en este mundo, no tuve hermanas, y tampoco hijas. Jamás me casé, mi vida fue demasiado accidentada y a pesar de mis muchos años, aunque parezca increíble no tuve tiempo para formar una familia. Prométeme que siempre tendrás el anillo en tu poder, y que lo traspasarás a tu hija si llegas a tenerla algún día. Sé que ahora piensas que soy una vieja loca, que cree en la magia y en poderes que se escapan a la razón pero, te aseguro que, independientemente de que la historia que te he contado sea real o fruto de la imaginación, esta sortija me ha salvado en más de una ocasión.

Mila aún tardó un par de horas de salir de su trabajo. Las cosas se complicaron, y el cruel destino hizo que aquellas fueran las últimas palabras que pronunció la anciana. A los pocos minutos de relatar su historia, Kumiko Lee, nacida en China, de nacionalidad inglesa… pero ciudadana del mundo dejó de existir a la muy respetable edad de ciento siete años.

Tras las primeras atenciones y papeleo, una llorosa y agotada Mila salía cabizbaja de la residencia. Iba tan distraída y sumida en la tristeza que no se dio cuenta de que cruzaba la carretera. Tampoco percibió que un coche había frenado a pocos centímetros de su cuerpo. El conductor saltó del coche con la cara pálida, preguntándola si se encontraba bien.

Sólo en ese momento, al escuchar la voz agitada del hombre, Mila fue consciente de que acaba de salvarse de un trágico accidente que pudo costarle la vida. Pero no se dio cuenta de lo más sorprendente, un fino haz de luz había salido de su sortija, dibujando la silueta de un dragón plateado sobre el cielo de Madrid, la misma silueta brillante que había sorprendido al conductor y le hizo frenar a tiempo evitando el choque con el cuerpo de aquella muchacha que, envuelta en un abrigo oscuro, se fundía con la negra noche.

FIN

domingo, 27 de marzo de 2011

EL DRAGÓN DE PLATA (Primera parte)


La oscuridad de la noche iba ganando lentamente terreno a las luces vespertinas. Mila miró su reloj de pulsera, ya sólo le quedaba media hora para terminar su turno.

Llevaba tan sólo tres meses trabajando en aquella residencia de ancianos, era la cuidadora más joven y también la más entusiasta, la más alegre, y como no, debida a su poca experiencia, la más ingenua. No obstante, disfrutaba de su trabajo, le gustaba cuidar de aquellas personas ancianas, que en alguna ocasión por soledad -muchos no tenían a nadie en el mundo- otras por dejadez de sus familias, habían terminado allí.

Un sentimiento de pena y solidaridad hacia esas personas indefensas le hacía volcarse en ellos, siempre atenta a la menor necesidad que pudiesen tener. Pero la mayor virtud de Mila era que sabía escucharles. Disfrutaba con las historias que le narraban, se extasiaba con sus pasadas glorias… o, en muchas ocasiones, de sus pasadas miserias.

Cada cuidadora tenía a siete ancianos a su cargo, Mila les quería a todos por igual, pero no podía negar que sentía una especial inclinación por la señora Lee, la más veterana de la residencia. Llegó en un taxi una mañana fría y oscura de invierno hacía quince años, completamente sola, pero cargada de un voluminoso equipaje cargado de trastos y recuerdos. Esta mujer de rasgos orientales y modales exquisitos se hizo notar desde el primer momento. Siempre discreta, callada y aún -a pesar de sus muchos años, nadie sabía cuantos con exactitud- hermosa; jamás reveló nada de su vida pasada. Esto despertó la imaginación de sus compañeros de alojamiento. Unos decían que había sido una famosa espía durante la II Guerra Mundial… otros aseguraban que había sido una prostituta de lujo, para más tarde dirigir un burdel exclusivo para la alta sociedad londinense: “La fantasía es libre y vuela como el viento” -solía contestar ella con una sonrisa a algún atrevido que osaba preguntar sobre la verdad de esas historias.

Los últimos dos años la salud de la señora Lee empeoró debido a una osteoporosis, ella que hasta ese momento podía valerse bien por sí misma, se vio convertida en poco tiempo en una inválida. Ni una queja brotaba de sus labios, lo único que rogaba era que la sacasen una hora diaria en la silla de ruedas a pasear por el jardín, hiciese frío o calor, necesitaba sentir el calor del sol en su rostro, el contacto del aire en su piel, el olor a tierra mojada los días de lluvia.

Mila adoraba a aquella mujer educada y que a pesar de verse impedida daba tan poco trabajo. A la muchacha le gustaba pasar a su habitación antes de marcharse y darle las buenas noches. Aquella tarde la anciana no quiso dar su paseo habitual y estaba más agitada que de costumbre:

- Buenas noches hija, ¿ya te marchas?

- Si señora Lee me quedan unos pocos minutos. La encuentro un poco fatigada ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llame al médico?

- Estoy bien cielo, un poco más cansada que de costumbre, pero estoy bien. Hoy esperaba tu saludo de buenas noches de forma muy especial, quería hacerte un regalo… un pequeño agradecimiento por lo bien que te has portado conmigo durante todo este tiempo.

- Muchas gracias, pero sabe que no puedo aceptarlo. Mi obligación es atenderles, es mi trabajo y ya cobro un sueldo por ello. Además lo hago muy gustosa y me siento afortunada, en estos tiempos que corren pocos tienen la suerte de trabajar en lo que les gusta, como es mi caso.

- Ya lo sé querida, sé que lo que haces lo haces por vocación, pero siento la necesidad de hacerte un pequeño obsequio, por favor, no lo rechaces -la anciana, con mucha dificultad, consiguió abrir el primer cajón de su mesilla y de él extrajo una pequeña bolsa de terciopelo verde atada con un cordoncillo dorado que tendió con su mano huesuda y temblorosa hacia Mila.

La muchacha tomó el pequeño objeto contemplándolo confusa, sin saber que hacer, el dilema moral era demasiado fuerte. Por un lado la desagradaba aceptar un regalo, ella solamente cumplía con su obligación. Por otro lado, no aceptar significaría hacer un desprecio a aquella mujer poco corriente, lo más cercano a toda una dama que Mila había conocido en su vida y por quien sentía un gran cariño, lo último que desearía sería apenarla.

- Señora Lee, muchas gracias, aceptaré su regalo, jamás me perdonaría que se disgustase conmigo ni que llegase a pensar que quiero hacerla un desprecio.

- Ábrelo y dime si te gusta -apremió la anciana.

La chica hizo lo que le indicaba la mujer. La bolsita contenía un precioso anillo de plata maciza, ninguna piedra le adornaba -la pequeña joya tampoco lo necesitaba- la sortija ya era lo suficientemente llamativa para no necesitar ningún tipo de adorno adicional. La mano de un experto orfebre había dado forma a un dragón perfectamente dibujado.

- Póntelo y veamos si te queda bien -dijo la señora Lee- ¡Perfecto! En el anular te queda un poco grande, pero en ese te queda perfecto, justo a tu medida. Y, ¿sabes que es justo ahí donde debe llevarse esta sortija? En el dedo corazón de la mano izquierda.

Ambas mujeres pasaron algunos minutos en silencio, Mila miraba embobada aquel anillo, era precioso de verdad. La voz grave y queda, de la señora Lee rompió el silencio de nuevo:

Continuará...

miércoles, 23 de marzo de 2011

DECISIONES



Lucia permanecía sentada en uno de los bancos de piedra que rodeaban el claustro del convento. Le gustaba aquel lugar de encalados arcos y frondoso jardín que la inundaban de luz y color. Los tímidos rayos de sol se posaban en su cuerpo agotado, pero su mente insistía en mantenerse activa devolviéndola sus recuerdos. Veía nítidamente la imagen de la ilusionada muchacha que, cincuenta años atrás, había traspasado aquellos muros que la separaban del mundo.

Ahora, al final del trayecto, se daba cuenta de su error. Durante toda su existencia sólo había sido una sombra que no dejaría huellas de su paso. Aún así, era afortunada. Ella, al menos, pudo equivocarse por sí misma, nadie la obligó a tomar su decisión. Era su vida, fue su ahora o nunca y ella eligió.


sábado, 19 de marzo de 2011

CUANDO MÁS TE NECESITO


Rogelio llegó a casa como cada tarde después de una jornada agotadora. Micaela, como siempre, le esperaba con las zapatillas en la mano. Sabía que su esposo antes que nada necesitaba relajar los pies, eran muchas horas seguidas soportando su peso corporal. Luego vendría la ducha y el ponerse su ropa cómoda de andar por casa… pero lo primero, era lo primero, sus zapatillas y unos minutos de relax comentando con ella los acontecimientos diarios.

Mientras Micaela trasteaba en la cocina partiendo unos taquitos de queso y sacando unas cervecitas frías, Rogelio sintió un dolor agudo que le subía por su brazo izquierdo hasta llegar al pecho donde sentía el mismo dolor, pero acompañado de una fuerte opresión que apenas le dejaba respirar.

Al verle en ese estado y sin poder hablar y con la respiración jadeante, Micaela se asustó y fue corriendo a la habitación de Luis, su hijo pequeño, que estaba allí estudiando. El muchacho no hizo caso, tranquilizó a su madre diciendo que seguramente sería un ataque de gases. Ella repetía incesantemente que no, que aquello parecía más serio, que lo mejor sería coger el coche y llevarlo al hospital, ella no sabía conducir, pero él sí, de hecho se había sacado el carnet hacía pocos meses.

Luis seguía tranquilo aduciendo que todo aquello no era nada, que seguro que en un rato se pasaba, sería fatiga o algo así. El no podía dejar de estudiar, en el examen del día siguiente se jugaba el curso.

La única opción que le quedaba a la pobre mujer era llamar a una ambulancia, pero los minutos pasaban y ésta no llegaba. Por fin sintió el ruido de una llave en la cerradura, era su hijo mayor, Pedro, que volvía del trabajo. Micaela no tuvo que explicar nada. El chico, cuando vio a su padre en aquel estado, rápidamente le tomó en sus brazos bajándole inmediatamente al coche, mientras su madre les seguía tratando de controlar su silencioso llanto. En pocos minutos llegaron a urgencias del hospital más cercano. Mientras, Rogelio, el protagonista, se había convertido en testigo mudo de toda la escena, sin poder pronunciar ni una palabra, plenamente consciente de la situación -en ningún momento perdió el sentido- sólo podía reflejar todo lo que sentía a través de su mirada.

- Siempre me sentí orgulloso de mis dos chicos, sin embargo tengo que reconocer que Pedro siempre ha sido especial. Ya desde pequeño era un niño responsable, siempre pendiente de su hermano menor y de nosotros. Cuando cumplió dieciséis años decidió dejar de estudiar, no porque no le gustase, ni porque quisiera hacer el vago. Él, decidió ponerse a trabajar para ayudar a la familia. Se sacrificó para que su hermano pudiese estudiar una costosa carrera, que sabía que sólo con mi sueldo no podríamos afrontar. Pero señores, aquel día que sufrí fue el infarto de miocardio, del que según los médicos me salvé por los pelos -si hubiésemos tardado unos minutos más no estaría ahora contando esta historia- Aquel día supe de veras lo que era el amor filial de la mano de mi hijo, un hijo que no llevaba ni una gota de mi sangre en su cuerpo, cuando conocí a su madre era una joven viuda con un niño de dos años a su cargo.

Los amigos del Hogar del Jubilado, donde Rogelio pasaba las mañanas jugando su partida de dominó o de cartas, le escuchaban atentamente. Una pequeña corriente de aire inundó el salón. La puerta se había abierto y un hombre joven llevando de la mano a una niña de no más de tres años penetró en la estancia.

- Buenos días señores, papá, mamá dice que la comida estará lista en breve, así que nos da tiempo a dar un pequeño paseo hasta casa.

- ¡Pedro, hijo! Habéis llegado muy pronto, no os esperaba hasta por lo menos las tres.

- La carretera estaba muy bien pese a ser fin de semana, así que no hemos tardado más de media hora. Luis acaba de llamar y ya le ha dicho a mamá que le será imposible venir.

- Ya me lo imaginaba hijo ¿Cuántos años hace que tu hermano no pasa un día del padre conmigo? Dos… tres… cuatro años.

- No lo sé papá, ni tú deberías tenerlo en cuenta ya sabes que Luis es un hombre muy ocupado, con un montón de trabajo y de agobios -musitó Pedro bajando los ojos, las excusas de su hermano, eran sólo eso, excusas, pero no quería disgustar más a su padre y siempre trataba de quitar hierro al asunto.

Un velo de tristeza cubrió los ojos de Rogelio, velo que se difuminó inmediatamente cuando sintió la pequeña mano de su nieta en la suya: “Menos mal que siempre os tengo a vosotros” -pensó. Y dirigiéndose a la pequeña con su más radiante sonrisa la dijo: “Vamos mi pequeña princesa que tu abuela y tu madre se pondrán de los nervios si tardamos y dejamos que se pase el arroz”.

FIN


N. de la A.: Dedicado con mucho cariño a todos los padres. ¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

 
 
 

 
 
 

miércoles, 16 de marzo de 2011

LA CAZA





La sangre sobre la nieve es más roja… No podía creer que estuviese tan cerca de atrapar a aquel cerdo tras el que llevaba varios años. 

Jamás olvidó esa lejana noche en la que una sombra sin nombre había conseguido penetrar en su vivienda. La pequeña Frida, entonces una niña de poco más de diez años, pudo escapar. Su madre y su hermana, una hermosa muchacha de tan sólo quince años -que recién despertaba a la vida-, no lo lograron. Frida, escondida en la carbonera de la casa fue un mudo y tembloroso testigo. Desde allí no vio nada, pero pudo escuchar sus gritos y lamentos mientras aquel ser repugnante las torturaba hasta la muerte.


Desde entonces vivió solo para la venganza. Preparó duramente, tanto su cuerpo como su alma, para dar caza a aquel depredador humano, culpable de tantas muertes. Un asesino en serie que aprovechaba la noche y los lugares alejados de la vecindad para dar rienda suelta a sus bajos instintos. 


La persecución había llegado a su fin, le tenía ahí en aquella granja abandonada. Tras años de búsqueda había logrado encontrar el escondite de aquel monstruo. El pulso agitado hacía temblar su mano, los recuerdos aún la torturaban.


Ahora no podía flaquear, no podía dar un paso en falso o se la volvería a escapar. Frida sabía que no conseguiría la paz deseada hasta que no terminase con él. Con cuidado abrió la puerta del granero donde terminaba el rastro de sangre. El pequeño lugar estaba vacío, a sus pies encontró un gallo negro decapitado y rodeado de un círculo rojizo.

Ni rastro del predador, otra vez había conseguido engañarla, tendría que empezar de nuevo. Frida no había vuelto a llorar desde aquella noche fatídica, sus lágrimas se habían agotado. Ahora, contemplando aquel animal inocente a sus pies, sintió que sus ojos verdes se anegaban del mismo líquido salado que cubrió su rostro hacía veinte años con una pequeña diferencia, si sus primeras lágrimas fueron de dolor, estas estaban marcadas por la rabia, una rabia que se incrementaba día a día. Aquello le daba la prueba que buscaba, aquel cabrón sabía que le seguía, sabía que estaba cerca. Ahora no tenía dudas, pronto se cruzaría con él, la estaría esperando y entonces ella cumpliría su juramento y su venganza.

FIN

sábado, 12 de marzo de 2011

LLUVIA Y SOL


¿Has visto llover durante un día soleado?
Las gotas de agua brillando
como minúsculos espejos
cayendo al atardecer.

Gotas luminosas golpeando
el cristal de tu ventana.
Pedacitos de firmamento hechos agua,
aleteando sobre la hierba.

¿Has visto llover durante un día soleado?
Burbujas líquidas de mil colores,
traspasando el arco-iris,
dibujando el horizonte.

Líquido caído del cielo,
que empapa tu cabello,
que moja tu cara,
que llena ríos,
que fertiliza montañas.

¿Has visto llover durante un día soleado?
Si ha sido así,
relájate compañero y
disfruta el canto de la naturaleza.

FIN
 

miércoles, 9 de marzo de 2011

UNA VEZ AL AÑO





La mañana era soleada pero fría, típica del invierno madrileño. El viento seco y cortante procedente de la Sierra de Guadarrama penetraba bajo las capas de aquel grupo de valientes, que tenían que utilizar las dos manos para sujetar las chisteras sobre sus cabezas.

Pero ahí estaban todos, no faltaba ni uno, era su cita anual; nublado o con sol, lloviendo o granizando, ellos se reunían en el lugar pactado de antemano, normalmente bajo una encina en alguno de los rincones más escondidos de La Casa de Campo.

De luto riguroso, con los rostros descompuestos, comenzaban el ritual que les había llevado allí como cada año.

- Buenos días señores -les sonrió un solícito camarero.

- Buenos días Carlos, ¿nos has preparado las mesas como siempre? -contestó uno de los miembros del grupo que había sorteado la puerta de entrada del local, una sidrería próxima al río Manzanares.

- Ya está todo preparado, solo faltan unos minutos para que los pollos estén en su punto. ¿Todo bien? ¿Qué tal ha ido el entierro? -preguntó Carlos.

- Estupendamente, como siempre si ninguna incidencia, eso sí con un frío de tres pares de narices, y con esta ventolera no hay capa que resista.

El grupo ya despojado de chisteras y de capas negras se sentaron en torno a la mesa en animada conversación y cánticos de alegría.

Otro entierro de la sardina superado pese a la prohibición de la autoridad. En Madrid tras la guerra se habían prohibido los carnavales, pero mientras existiese un miembro del “Club de la Sardina” esta arraigada tradición no moriría jamás.  Ellos sabían que la vieja encina de La Casa de Campo les estaría esperando el año siguiente para cobijar su secreto bajo su enorme copa.

FIN
 
 

domingo, 6 de marzo de 2011

BALLET DE CARNAVAL


Todo eran nervios entre las bambalinas del teatro Marinsky. Parecía que la mala suerte había impregnado las paredes de aquel viejo escenario. Stanislav Novikov, el director de la compañía, no podía ocultar su estado de ansiedad.

La primera bailarina de la compañía se había accidentado el pasado viernes durante el ensayo general. Todo iba de maravilla, Natasha Ivanovna era ya toda una figura consagrada en el mundo de la danza, preparada desde su más tierna infancia, era la única capaz de sacar adelante el ambicioso proyecto que Novikov tenía en la mente desde hacía años.

Ese domingo de carnaval iban a reestrenar, tras varios años fuera de cartel, la famosa obra “La muerte del cisne”, basado en “El carnaval de los animales” del compositor francés Camile Saint-Saens. La misma pieza que bordaba de manera brillante la gran Anna Pavlova. Nadie como ella había sabido plasmar la belleza de esas notas musicales, nadie excepto Natasha. Ella, sería la única capaz, si no de mejorar; al menos de igualar a la mítica bailarina.

La negra suerte había visitado a Novikov aquella tarde de viernes de carnaval. Afortunadamente la lesión de la Ivanovna no era grave; el médico diagnosticó un pequeño esguince, nada que no se curase con un antiinflamatorio y una semana de reposo. De todas formas, esto no consolaba al atribulado Stanislav, ni el estreno, ni las primeras representaciones se podían anular. Llevaban un año de trabajo duro, eso sin contar todo el dinero invertido. El estreno se anunciaba con un rotundo éxito, el lleno iba a ser total, las localidades se habían vendido con dos meses de anticipación. Ayudados por las fechas festivas, y por supuesto por un público entusiasta que ya deseaba ver una obra de calidad.

Todo estaba en manos de Olga, la jovencísima segunda bailarina del elenco, que era encargada de sustituir a Natasha. La joven estaba muerta de miedo, ella había ensayado tanto o más que la titular. Pero su inexperiencia, unida a su pánico escénico que sólo lograba mitigar entre el resto de sus compañeros, la consumía. Verse sola en un escenario era algo que no se había planteado, al menos, de momento, aún la quedaban muchas tablas que pisar. Jamás pensó que algo tan inesperado le fuese a suceder de esa manera tan inesperada e inoportuna. Era consciente que si aquella noche daba un mal paso su carrera se vería en la cuerda floja, y difícilmente tendría ya un hueco en el mundo del ballet. Lo único que la consolaba era la fecha del estreno, la coincidencia con las fechas del carnaval. El dueño del teatro decidió a última hora que no sería mala idea que el ballet siguiese la tradición. El director de la compañía Stanislav Novikov había estado de acuerdo, así que aquella noche los bailarines -ella incluida-, lucirían unos preciosos antifaces que cubrirían sus rostros. Al menos nadie vería el miedo y la tensión en su cara.

Todos ya estaban en sus puestos, el aviso en forma de tintineo llegó a los oídos de todos los bailarines, todos tensos, sumando a los nervios del estreno la preocupación por la actuación de su compañera. Si ella triunfaba, todos triunfaban, aquella obra daba un protagonismo especial a la primera bailarina, si el solo fracasaba la obra caería de forma estrepitosa, por bien que quisieran hacerlo el conjunto.

Stanislav Novikov apretó los dientes, la primera parte había quedado perfecta, los bailarines estuvieron maravillosos. Sin embargo sentía crecer la inquietud, la prueba de fuego estaba a punto de comenzar. Las luces del escenario se apagaron, el corazón de Novikov palpitaba en su garganta, sin compasión, como queriendo salírsele por la boca. Aquello le provocaba un dolor agudo desde la laringe hasta los oídos.

Olga atravesó el escenario, seguida por la luz de un potente foco. Al principio sus movimientos fueron tímidos; pero en cuestión de segundos la muchacha se transformó. Su cuerpo adquirió la soltura y la agilidad propias de toda una diva. Sus giros y sus elegantes pasos hicieron que entre el público, ajeno a la sustitución del último momento, se elevase un murmullo de asombro y aprobación. Aquella muchacha no defraudaba, tal y como anunciaban los carteles, Natasha Ivanovna podría llegar a ser tan grande cómo la Pavlova.

Novikov, semioculto entre los bastidores no podía creer lo que veían sus ojos, Olga parecía transfigurada, no era mala bailarina, eso lo sabía, pero también estaba convencido que jamás sería una primera figura de la danza. Pero lo que estaba viendo se escapaba a todos los pronósticos. Esa muchacha era la mismísima Pavlova evolucionando sobre el escenario.

Al finalizar la pieza, el público se puso en pie, una ovación cerrada y unánime que rompía el silencio de las palabras, sin comentarios, sin exclamaciones. La gente simplemente muda de asombro, batían las palmas de sus manos con un fervor casi reverente.

La muchacha tras saludar al público, se retiró velozmente a su camerino; pasó como exhalación por delante de Novikov sin dirigirle ni una mirada, él dudó incluso que le hubiese visto. Su forma etérea se perdió por los pasillos. Novikov salió tras ella, necesitaba ser el primero en darle la enhorabuena. antes de que el resto de sus compañeros y, seguramente muchos admiradores de entre el público comenzasen a inundar el camerino. Y lo más importante necesitaba pedirla perdón por su poca fe, sin tener testigos de por medio, que seguramente le recordarían si habitual orgullo, no dejándole expresarse libremente.

La puerta estaba cerrada, Novikov golpeó débilmente con los nudillos. Ni un ruido en el interior, repitió la llamada esta vez golpeando con más fuerza. Nada, no se escuchaba completamente nada. El hombre, intrigado, abrió y penetró en la estancia con una mezcla de timidez y temor absurdo e inexplicable.

Olga yacía tendida en el diván, ni había comenzado a quitarse el vestido. Novikov se asustó, habían sido unas horas de muchos nervios. Corrió hacía ella y agachándose comprobó rápidamente que la muchacha estaba bien, su respiración y su pulso eran regulares, estaba tranquila y dormida profundamente. El director se levantó de un salto, aunque estaba más tranquilo tras el primer golpe de pánico al verla en ese estado, aquello tampoco era normal. No habrían transcurrido ni cinco minutos desde que Olga había abandonado el escenario, nadie y menos alguien que ha efectuado un esfuerzo físico tan grande, y además había estado sometida a una fuerte tensión podía caer dormida así sin más. Ni el agotamiento llevado al límite era capaz de provocar algo así.

A los pies del diván, Novikov vio un zapato tirado. No era propio del director recoger el camerino de una de las bailarinas, pero aquella noche, Olga se había convertido en LA BAILARINA, no le haría ningún daño recogerlo del suelo y llevarlo al armario, al fin y al cabo, el resto del camerino estaba perfectamente ordenado.


Cuando tomó el zapato en sus manos, la cara del director se desencajó, aquel zapato era una rareza, una rareza que cualquier experto en el mundo del ballet sabría reconocer al primer vistazo. Era un pointe; la suela estaba reforzada por un pedazo de cuero duro para soportar y aplanar el cuerpo del zapato. Un tipo de calzado que resultaba cómodo para cualquier persona que tuviese los pies extremadamente arqueados y deformados, era un zapato de Anna Pavlova.


FIN

miércoles, 2 de marzo de 2011

NO SOY YO



¿Los objetos inanimados tienen vida? Esta pregunta me asaltaba desde mi más tierna infancia, mientras contemplaba mi colección de soldaditos, pensaba que cada pedazo de plomo fundido tenía su propia historia. El primer día que contemplé esa capa negra en el escaparate de aquella vieja tienda de antigüedades, la respuesta se hizo patente.


- Ven, ven, … -Parecía decirme en susurros desde el cristal que nos separaba.

Hasta que su lacónica llamada venció mi resistencia.

Sé que hoy volveré a hacer lo mismo y no quiero, pero este trozo de terciopelo negro me obliga y me arrastra a su voluntad . Sé que volveré a deambular entre las sombras de la noche. Sé que nuevamente mis manos abrirán en canal otra joven vida y volveré a sentir la cálida y dulce sensación de su sangre en mi boca.

FIN